Hablar del arte de dominar todos los sectores del juego deviene proeza que pocos futbolistas han logrado a través de los años, pero el Káiser (emperador en alemán) rompió los cánones tradicionales para quienes ejercen como defensores y se convirtió en un histórico líbero.
Alemania deviene potencia del fútbol a nivel mundial desde hace décadas, mas ese apelativo tiene un por ciento alto de relación con la historia dentro de los terrenos de Beckenbauer, figura líder como jugador y director técnico.
En el año 1974 Alemania Federal fue sede del mundial de fútbol y la figura del defensor ya resultaba idílica tras la obtención del balón de oro en 1972, hazaña que repetiría en 1976.
Entonces, “Die Mannschaft” (el equipo) no defraudó al vencer en la final a la llamada “Naranja mecánica” (Países Bajos), liderada por Johan Cruyff, y ser el Káiser clave en ese triunfo.
Ese título devendría en uno de los más trascendentales de su carrera, al cual se suman el cetro mundial como entrenador en Italia 1990, sus tres Copas de Europa consecutivas entre 1973 y 1976 con el Bayern Munich e innumerables lauros, que le hacen trascender junto a las estrellas más rutilantes del balompié universal.
Para muchos, Beckenbauer resulta el mejor defensor de la historia y negar ese criterio sería obviar la belleza y seguridad de juego de un jugador elegante, efectivo, rápido y con un corte de balón exquisito.
Si sus dotes defensivas resultaron extraordinarias, la capacidad de desdoblarse a la ofensiva con pases entre líneas ajustados y marcar goles serían los atributos idóneos para un equipo que tenía además a una figura con carácter y liderazgo dentro de una generación germana de ensueño.
El análisis del juego con nuevas perspectivas hacia un fútbol más dinámico lo dotaron de una sapiencia que lo elevó a lo más alto como director técnico y presidente por más de una década del Bayern Munich, el club de sus amores.
Hombres como Lothar Matthäus, integrante de la selección monarca de 1990, ha destacado en diversas ocasiones el impacto y trascendencia del Káiser dentro y fuera de los terrenos por su fuerte carácter, claridad de ideas, liderazgo y poder de convocatoria para aunar equipos.
Si Argentina tuvo a Maradona, Brasil a Pelé, Países Bajos a Cruyff, Francia a Platini y Portugal a Eusebio, Alemania tuvo a Beckenbauer, capaz de imponer respeto solo con su presencia, pero también con su carisma, talento y conocimientos que lo eternizaron ya en el olimpo del fútbol.
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