Así se desprende del informe conjunto publicado esta semana por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola, la Organización Mundial de la Salud, el Programa Mundial de Alimentos y el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
Cifras detalladas en el documento denominado El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo, dan cuenta de que en 2020 un estimado del 9,9 por ciento de la población global padeció subalimentación, frente al 8,4 registrado en 2019.
De ellos, más de la mitad (418 millones de personas) vive en Asia, un tercio (282 millones) reside en África, y una proporción inferior (60 millones) en América Latina y el Caribe.
En ese año, más de dos mil 300 millones de personas (30 por ciento de la población global) carecieron de acceso a alimentos adecuados durante todo el año.
La desigualdad de género también se agudizó: por cada 10 hombres que padecían inseguridad alimentaria, habían 11 mujeres que la sufrían, número superior al 10,6 reportado en 2019.
Además, persistió la malnutrición en todas sus formas, la cual se cobró un precio alto entre los niños: se estima que más de 149 millones de menores de cinco años padecieron retraso del crecimiento; más de 45 millones sufrieron delgadez excesiva y casi 39 millones sobrepeso.
Otros datos son igualmente preocupantes: no menos de tres mil millones de adultos y niños seguían sin poder acceder a dietas saludables, en gran parte a causa de los costos excesivos de los alimentos, en tanto casi un tercio de las mujeres en edad reproductiva padece anemia.
A juicio de los expertos, ello muestra que el mundo está lejos de cumplir las metas propuestas para el 2030 en materia de nutrición, en parte por el impacto de la pandemia de la Covid-19. ¿Qué hacer entonces?
En opinión del secretario general de la ONU, António Guterres, ‘nuestro plan para recuperarnos de esta pandemia es la Agenda 2030. Invertir en cambios en nuestros sistemas alimentarios apoyará la transformación de nuestro mundo. Es una de las inversiones más inteligentes y necesarias que podemos hacer’, sentenció.
Al respecto el informe califica de esencial la transformación de los sistemas alimentarios para lograr la seguridad alimentaria, mejorar la nutrición y poner las dietas saludables al alcance de todos.
Y propone varias vías para tal cambio, basadas en un conjunto coherente de carteras de políticas e inversiones dirigidas a contrarrestar los factores que determinan el hambre y la malnutrición.
Paralelamente, insta a los decisores a que integren las políticas humanitarias, de desarrollo y de consolidación de la paz en las zonas de conflicto, por ejemplo mediante medidas de protección social que eviten que las familias vendan sus exiguos bienes a cambio de alimentos.
También, exhorta a ampliar la resiliencia frente al cambio climático en los distintos sistemas alimentarios, y ejemplifica con el hecho de ofrecer a los pequeños agricultores un amplio acceso a seguros contra riesgos climáticos y financiación basada en previsiones.
Asimismo, incita a fortalecer la capacidad de resistencia de la población más vulnerable ante las adversidades económicas, a través de programas de apoyo en especie o en efectivo para reducir los efectos de las perturbaciones derivadas de la pandemia o la volatilidad de los precios de los alimentos.
Las mencionadas son algunas de las acciones propuestas por los autores del informe, quienes finalmente instaron al mundo a ‘actuar ahora’ si no quiere que los factores determinantes del hambre y la malnutrición reaparezcan con más intensidad en los próximos años, cuando ya se haya desvanecido la conmoción derivada de la pandemia.
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