Para otros, el recodo de Etiopía en el cual vivió un infierno, maltrató su pierna -cercenada después en Marsella- e hizo fortuna como traficante de armas.
Así, más o menos, definen a Harar quienes conocen esa oriental zona etíope, capital del estado de Harari, la más pequeña de las regiones administrativas que dividen al país a partir de criterios étnicos.
Rodeada de sabanas y desiertos, asentada en un altiplano a unos 525 kilómetros de Addis Abeba, es, sin embargo, más que una página en la biografía del bardo, célebre por sus transgresiones y precocidad literaria.
Alrededor de un tercio de los etíopes tiene como guía espiritual el Corán, y Harar, principal territorio de los musulmanes aquí, figura entre las más importantes ciudades santas del islam,junto a Jerusalén, Medina y La Meca.
Cuenta con 102 santuarios, más 82 mezquitas, algunas erigidas en el siglo X, según investigaciones.
En opinión de turistas, que rozaban los 30 mil anuales antes de la Covid-19, desandar sus angostas calles empedradas, contemplar el trazado urbano y el diseño interior de casas adosadas, tomar café y descubrir sus artesanías es como viajar en reversa.
Aseguran que fue la primera localidad a donde emigraron musulmanes desde la península arábiga y allí convergieron tradiciones africanas e islámicas, muchas de las cuales permanecen ilesas ante el tiempo y la globalización, particularmente el harari, lengua de sus habitantes.
Conserva prácticas e inmuebles resultantes de la combinación de esas culturas,desarrolladas en una región que inicialmente asumió el cristianismo, lo que permite al visitante recorrer una historia casi desconocida y cuando menos interesante.
Seguramente el interés del forastero por la ciudad vadesde su fundación (1007) hasta nuestros días, un trayecto que comprende el ascenso a la capital del Reino de Harari (siglo XVI) y la integración a Etiopía (1887), entre otros hechos.
Harar es, apunta la Unesco, un ‘raro ejemplo de una ciudad histórica relativamente bien conservada que ha salvaguardado sus tradiciones, tejido urbano y rico patrimonio cultural’.
Y para proteger su estructura social y espacial, el lenguaje, las relaciones culturales y físicas con el territorio, fue incluida en 2006 por esa organización de la ONU en la lista de Patrimonio de la Humanidad.
Sus atardeceres, cuentan, fascinaron a la escritora británica Rosita Forbes,tierra donde, además, las hienas devoran trozos de carne de las manos del hombre durante una ceremonia nocturna cargada de misticismo.
Mientras agonizaba en un hospital marsellés, Rimbaud añoraba volver a la ciudad donde vivió. En su honor erigieron un museo y una calle lleva por nombre Charleville, su lugar de nacimiento.
(Tomado de Orbe)
















