La pandemia de la Covid-19 vació de gente sus surtideros naturales por las calles Madero, Corregidora y otras más, como la modernidad secó los cinco canales ancestrales que creaban un delta en cuyo centro se encontraba el Templo Mayor de México-Tenochtitlán antes de la llegada de los españoles.
Lo singular del Zócalo, además de la supervivencia y excelente conservación de sus edificios emblemáticos, es su actividad permanente, como latidos del corazón.
Por su superficie casi rectangular de 46 mil 800 metros cuadrados circulan como un hormiguero de bibijaguas cientos de miles de gentes de toda laya, con cámaras, celulares o bultos de cualquier tamaño y género, vendiendo o comprando cosas, comiendo algo o descubriendo lo ocurrido hace 500 años, cuando sus protagonistas son solo un suspiro en la historia.
El Zócalo es el alma viva de Centro Histórico de la Ciudad de México, su libro abierto de recuerdos, el escenario de acontecimientos pretéritos, la simbiosis de la época mesoamericana con las que se amontonan desde entonces en la memoria histórica indígena y virreinal y las de nuestros días, con sus voces añejas en paredes de viejos sillares o ladrillos rojos.
La vieja plaza es teatro de embelesos, de alegrías y tristeza, risas y llantos, de proclamaciones de virreyes y presidentes, de sublevaciones populares, de euforia y victoria como la entrada triunfal del Ejército Trigarante que consumó la independencia de España en 1821, o de tristeza y rabia cuando fue tomado por los ejércitos de Estados Unidos en 1847 y de Francia en 1863.
También de renovado vigor cuando se convirtió en escenario principal en la celebración de la segunda independencia después de la desgarradora revolución de 1910 con sus legendarios héroes como Emiliano Zapata, y de batalla feroz durante la toma de la plaza en la tristemente recordada Decena Trágica con la traición de Huerta y el derrocamiento de Madero.
Hoy por hoy es el sitio de concentración por antonomasia del pueblo de México, de trabajadores sindicalizados, agremiados sociales, patriotas sempiternos, protestones inveterados. También de fiesta y jolgorio, de pregoneros y ambulantes, y de todo aquel que es en sí mismo diversidad en una sociedad heterogénea y múltiple en la cual todos son muchedumbre.
Este coronavirus ha vaciado de gente, pero solo momentáneamente, a este Zócalo, escenario imprescindible en la vida y la historia de México.
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