Calles vacías, deseos reprimidos, plazas desiertas, silencios impuestos y nostalgia por el gozo, la algarabía, el baile y los culecos (mojaderas) del carnaval es la realidad que vive este domingo la nación istmeña, en medio de fuertes medidas restrictivas para enfrentar la Covid-19.
En más de 100 años, la popular festividad cedió ante un invisible enemigo que obligó a todos a permanecer en casa, donde muchos tuvieron la opción de rememorar momentos de alegría gracias a la magia de la televisión.
El esperado topón de las reinas y sus seguidores de Calle Arriba y Calle Abajo en Las Tablas (choque entre dos barrios) no será esta vez desde lujosas carrozas estacionadas en el parque Belisario Porras de la central provincia de Los Santos, sino en imágenes de archivo proyectadas en la pequeña pantalla.
Tampoco el público podrá disfrutar en vivo la emoción de las acostumbradas burlas que cada año ellas protagonizan al ritmo de la música de las murgas, para demostrar quién fue la mejor durante los cuatro días de carnaval, ni el simbólico entierro de la sardina, el Miércoles de Ceniza.
Sin embargo, desde el imaginario aflorarán los personajes de este acto que pone fin a la fiesta y abre la etapa de cuaresma para -como establece la tradición- sepultar todo lo malo, entre ello el SARS-CoV-2, el virus que enluteció a cinco mil 621 familias panameñas hasta la fecha.
Pero este no fue el único festejo que obligó a todos a reinventarse este fin de semana para frenar el avance del microscópico contrincante, las danzas del Dragón y el León recorrieron las principales avenidas de esta capital para anunciar la llegada del año nuevo chino, regido por el Buey de Metal.
Desde un camión, los danzantes ofrecieron su arte, mientras la música y el colorido se apoderaron de los estacionamientos de varios comercios para llamar la buena suerte y la fortuna, en medio de una pandemia que ha puesto a prueba la salud humana, social y económica de las naciones.
Con esta iniciativa, la comunidad china en Panamá intentó no solo espantar los malos espíritus y las vibras indeseables, sino también resaltar la valía de una cultura milenaria, donde el buey representa el orden, la disciplina y el poder de la familia.
San Valentín pone a prueba el amor de amigos y parejas, quienes en muchos casos recurrieron a la tecnología para expresar sus emociones porque un imperceptible germen los mantiene alejados.
Esta vez los besos y abrazos fueron a distancia, los regalos materiales llegaron a través de plataformas digitales o simplemente pospuestos y el hogar emergió como el único refugio seguro para evitar el contagio y hacer florecer la ternura.
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