Justo a las 20:00 se inició un despiadado ataque con bombas, cohetes y metralla a objetivos militares en Belgrado, sus alrededores y otras localidades, para comenzar así 78 días de horror en un país cuyo único delito había sido defender su derecho a la soberanía y a rechazar los dictados del poder hegemónico mundial.
Lo que el entonces presidente de Estados Unidos, William Clinton, y los subordinados líderes europeos habían calificado de acción humanitaria mostró con esos ataques su verdadera faz para ‘dar una lección’ ante el mundo de lo que podría ocurrir a los desobedientes.
A pesar de que de la otrora Yugoslavia solo quedaba la frágil unión de Serbia y Montenegro, los estrategas del imperio decidieron que ‘el trabajo’ no estaba terminado e insuflaron el viejo diferendo interno en la provincia de Kosovo para separarla y constituir allí un ‘estado’ funcional a Washington y la OTAN.
Más de dos décadas después, la realidad demuestra que no se consiguieron esos objetivos geopolíticos, Serbia renació de sus cenizas, como el ave fénix, consolida su economía aún en condiciones de la pandemia de la Covid-19, mantiene la defensa de su integridad territorial y fortalece su posición en la región.
También se refuerza la conciencia nacional contra el olvido, que pretendieron imponer figuras del poder emanado de los cambios sociopolíticos acaecidos poco después de la brutal agresión.
Las presiones políticas, millonarias inversiones y financiación copiosa de los medios para borrar la memoria histórica no fueron suficientes para que la mayoría de la población deje de recordar cada día, y hoy con especial énfasis, los dos mil 500 civiles inocentes- de ellos 89 niños- y más de mil militares y policías muertos.
Como testigos vivientes de la brutalidad desplegada por esa alianza de países altamente desarrollados quedaron 12 mil 500 heridos y mutilados, entre ellos dos mil 700 menores.
De los 540 objetos de infraestructura destruidos hubo 44 puentes, 18 instalaciones ferroviarias, así como también 148 altos edificios entre públicos y viviendas, sin contar locales económicos y unas tres mil casas privadas.
En los 78 días de constantes ataques se lanzaron sobre distintas partes del país de 10 a 15 toneladas de proyectiles con uranio empobrecido, cuyas secuelas persisten sin que las víctimas hayan sido reconocidas por los agresores, así como bombas de racimos, prohibidas por convenciones internacionales.
Prohibido olvidar, proclaman en esta efeméride de esa etapa reciente de su historia los ciudadanos que asisten a las tumbas de sus seres queridos y a numerosos objetos destruidos que hoy se erigen como mudos monumentos al Nunca más por toda la geografía del país, imposibilitados de reunirse en actos masivos por la epidemia.
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