El comercio de esclavos en África generó que 17 millones se vendieran en las costas del océano Índico, el Medio Oriente y norte del propio continente; otros 12 millones se enviaron a las Américas y cinco millones se desplazaron a través del Sahara, así como en la parte oriental de la misma región.
Este 25 de marzo, Día Internacional de Recuerdo de las Víctimas de la Esclavitud y la Trata Transatlántica de Esclavos, se confirma, una y otra vez, la validez de las demandas de justicia histórica con las víctimas de esa abominación que fue el comercio de seres humanos, vejados, pero también rebeldes.
Según cálculos –siempre basados en estimados- entre 11 y 12 millones de cautivos atravesaron el océano Atlántico encadenados, hambreados, sedientos y muchos enfermos para fomentar con su trabajo las riquezas de centenares de traficantes, mayormente europeos, desde principios del siglo XVI hasta finales del XIX.
Las personas arrancadas de su habitad llegaron en cerca de 40 mil viajes trasatlánticos desde África a las Américas, donde se sometieron al trabajo forzado en minas y plantaciones, y con sudor y sangre impulsaron una relación de producción que nutría las arcas de un capitalismo europeo en desarrollo.
Conforme con estimaciones –sin contar asesinatos, suicidios y decesos por enfermedades o causas naturales ocurridos en las travesías- 11 millones de esos seres humanos llegaron, en un periodo de poco más de tres centurias, a las tierras del llamado Nuevo Mundo.
Para tratantes fue el beneplácito del oeste, para las víctimas el suplicio, aunque también como ostensible contradicción de ese dolor nació el imperativo de la rebelión, primero añorando la tierra de origen y luego, con el tiempo, en las guerras independentistas, estableciendo alianzas de clases con todos los explotados.
Así, los insurrectos esclavos fueron más libres porque sacudieron de sus mentes las cadenas físicas y mentales del oprobio y se unieron a las huestes de los próceres de la liberación nacional y anticolonial como constructores en forma anónima de un futuro luminoso por el cual aún luchan desde su regazo fúnebre.
Ahora se escuchan justas demandas compensatorias porque a lo largo de la historia descendientes de Ganga Zumba (Brasil), Francois Mackandal y Alexander Pétion (Haití), Guillermo Moncada y José Quintín Bandera (Cuba) y otros más, establecieron un pedestal de mártires que, como puente invisible, une a África con las Américas.
De ahí, que cuando la policía estadounidense asesina a un ciudadano negro el rechazo y la indignación también repercuten al otro lado del Atlántico.
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