El tema rebrotó con la visita a Campeche del presidente de Bolivia, Luis Arce, invitado por su homólogo y amigo Andrés Manuel López Obrador, y ambos hablaron de esa atractiva región y de su gente, único lugar en México casi sin homicidios dolosos y muy bajo índice delincuencial.
Campechano nace como gentilicio, pero con el paso del tiempo comenzó a adquirir múltiples significados desde sus raíces mexicanas: campesino en Argentina, mujer pública en Venezuela, una ciruela en Cuba, una lagartija en Chiapas, un mal vino en Perú, y gente de buen carácter, en todo el mundo.
Lo extraordinario es que se usa como adverbio en frases de este tipo: habló campechanamente; es sustantivo en campechanía, e incluso verbo en campechanear y otras formas.
Aunque se asume como una palabra maya, que no lo es aunque su origen es indígena, tiene una gran carga semántica en el español.
Su historia arranca en una fecha fija documentada: domingo 22 de marzo de 1517 del calendario gregoriano actual.
La fecha es inequívoca porque marca la llegada de los españoles a un asentamiento costeño llamado Ah Kim Pech, del cual parece surgir Campeche como una deformación verbal.
Es semejante a lo que se atribuye en Perú al término Perricholi, sin asegurar sea verdad. Las versiones más sarcásticas dicen que al desdentado y veterano virrey del Perú, Manuel de Amat y Junyet, le salía ‘perricholi’ en lugar de perra chola, cuando trataba de insultar a su bella esposa Micaela Villegas Hurtado, 48 años más joven.
Campeche, en consecuencia, podría ser la derivación castellana de las expresiones mayas kin pech o de can pech, y aunque aún no hay consenso sobre cuál de éstas dos es la raíz verdadera, sí lo hay en cuanto a que de esta voz surgió un siglo después el locativo del estado Campeche y su respectivo gentilicio: campechano.
Aunque el origen de la palabra -y el actual nombre del estado- es deliciosamente interesante, tanto o más lo es cómo trascendió los océanos -lo cual hizo en barco-, llegó al lenguaje coloquial europeo y de allí se instaló en el culto al ser aceptada por la que ‘Limpia, fija y da esplendor’.
En esos estantes académicos de la Real Academia Española sufrió su transformación, y sin perder su raíz gentilicia se convirtió en todo lo que es hasta ahora, incluido el verbo ya mencionado.
Por qué entró al viejo mundo en barco es su arista anecdótica, poco complicada y apegada a la industria y la navegación.
Realmente para Europa el término campeche era inexistente, y menos si se le relacionaba con una de las derrotas militares más comentadas de los invasores españoles, la de Chakán Putum, en el puerto de Champotón, el 25 de marzo de 1517.
Sin embargo, dos o tres siglos después de esos hechos y ya muy desarrollada la industria textil, empezaron a llegar a España y otros países de Europa unos milagrosos palos procedentes de un lugar en América conocido como Campeche, de los cuales se extraía una tinta fabulosa para dar color a los textiles.
Para el siglo XIX la palabra se enseñoreaba en oficinas, estudios, talleres, la literatura industrial y culta, y en calles y parques del viejo mundo, pero no solo en referencia a los palos mexicanos, sino a una actitud personal.
Aunque la literatura no lo recoge con el detalle y la prosapia que debería, sus acepciones se les deben al pueblo de Campeche por su gentileza, desenfado, buen trato, sencillez, franqueza, bromista, alegre, simpático, amistoso, noble y honrado, virtudes que encajan a la perfección con la belleza de sus parajes y rica arqueología.
Una expresión, comúnmente usada en todas partes del mundo, resume todo lo explicado hasta aquí: áqué campechano es fulano!
Es asombroso cómo una sola palabra, salida del hondón americano, indígena, castellanizada por conquistadores crueles, pueda expresar valores espirituales tan esenciales y contrarios a aquellos hombres con arcabuces que tan diabólicamente usaron en nuestras tierras la pólvora sin que hasta ahora hayan pedido disculpas.
mem/lma