Las abejas suelen estar asociadas a miel, cera, jalea real y hasta a una dolorosa picada, pero ello es apena el producto final, porque de esos pequeños insectos depende en buena medida la existencia humana en el planeta.
‘La extinción de las abejas sería el comienzo del fin para el ser humano’, frase atribuida a Albert Einstein, que expresa con la genialidad propia del eminente físico la importancia de salvar a esos insectos para preservar a la especie humana.
Pero, lamentablemente, esta preciosa perfección de la naturaleza, tan armónica y organizada vida natural, desde hace años está seriamente amenazada y millones de abejas mueren cada día y con ellas -quizás lo peor- también desaparece el eslabón inicial de una enorme cadena alimentaria.
A juicio de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ‘un mundo sin polinizadores sería un mundo sin diversidad de alimentos, y a largo plazo, sin seguridad alimentaria’.
Sin polinizadores, que incluye también abejorros, mariposas, murciélagos y otros, aseguran los estudiosos del tema, un tercio en cantidad y diversidad de cuanto hoy se alimentan y nutren los seres humanos, desaparecería.
Dicho de otro modo, la tercera parte de los alimentos humanos son frutos de especies polinizadas por insectos, en esencia abejas, que prefieren frutales, forrajes, hortícolas, oleaginosas y otras plantas con flores, por ello su gran valor en la ‘salud del ecosistema, al preservar el estado de diversidad biológica, la diversidad genética y de las especies’.
La ausencia de las abejas supone dejar de disponer de alimentos como papas, cebollas, fresas, coliflor, pimiento, café, calabazas, zanahorias, manzanas, girasoles, almendras, tomates, cacao y otros tantos cuya producción depende de la polinización.
En el ánimo de promover políticas y sistemas de alimentos más amigables y sostenibles para los polinizadores en general, la Asamblea General de la ONU, a instancia de la FAO, aprobó hace un lustro dedicarles a ellas cada 20 de mayo, fecha de homenaje al natalicio del esloveno Anton Jansa (1734-1773), pionero en técnicas apícolas modernas.
Al menos 20 mil tipos de abejas, antófilos considerados los polinizadores por excelencia de las plantas con flores, habitan en el planeta, sociedades divididas en castas: obreras, reinas y zánganos, cada una con misiones fijas.
La abeja reina es la única hembra apta para la reproducción y difiere del resto por su ‘corpulencia’, consume mucha miel para estar bien alimentada y poner al menos tres mil huevos diarios, los cuales deposita uno a uno en cada celda o alvéolo de cera.
Predio donde la herencia al trono proviene del nutriente; cuando las jóvenes larvas son alimentadas con jalea real, en lugar de polen, se transforman en reinas, la primera en nacer mata a sus posibles rivales y expulsa a la vieja monarca de la colmena.
Las obreras, valga el nombre, apenas viven 45 días en épocas de fuerte floración, recorren largar distancias en busca de polen, néctar, agua y resinas para propóleos.
Por lo general, ellas ‘tocan puertas’ de una sola especie de flor por un período de tiempo, lo cual beneficia a las plantas urgidas de polen de igual naturaleza para fecundar. Según expertos una sola abeja melífera visita unas siete mil flores cada día, son necesarias cuatro millones de visitas para producir un kilogramo de miel.
Las obreritas fabrican la cera para la construcción del panal y sus celdas hexagonales donde almacenan las reservas de miel y la reina pone sus huevos. Corresponde a ellas también alimentar a la reina, defender la colmena de intrusos, cubrir de cera a las ninfas y aseguran la cálida temperatura del ‘hogar’.
El zángano vive del trabajo ajeno hasta el día del ‘vuelo nupcial’ cuando la reina emprende vuelo y los machos de la colmena van tras ella, pero solo el más fuerte logrará alcanzarla y ocurrirá el apareamiento. Tras la fecundación, la soberana mata al holgazán.
Los machos ‘rechazados por su majestad’ son capturados por las obreras o muertos más tarde ante su innata capacidad de proveerse de alimentos.
Por si todos esos argumentos fueran poco para defender la existencia de esas curiosas criaturas, es bueno tener en cuenta que a nivel mundial 81 millones de colmenas producen 1,6 millones de toneladas de miel, alrededor de un tercio comercializadas internacionalmente.
Ello explica, más allá de la salud y el bienestar humano, el aporte al empleo decente y productivos y en medios de vida, para cientos de miles trabajadores del sector de la apicultura.
Si bien los niños reciben los primeros conocimientos sobre estos increíbles insectos, como de mariposas y otros polinizadores, en la primera etapa escolar, su cuidado y conservación por lo que representan para la especie humana, deben acompañarlos para toda la vida.
Labor que corresponde a las instituciones y a la sociedad en su conjunto, particularmente a la familia, de ahí que la campaña de la FAO para parta incluso de la recomendación de sembrar flores aún en el jardín, que además de belleza, aroma, y colorido, constituye una contribución importante de cada individuo a la seguridad alimentaria del planeta.
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