Esa es quizás la mayor virtud que el continente y su gente comparten en ambos lados del Atlántico: portar la experiencia del superviviente cuya entereza le garantizó cruzar una selva de cinco siglos de desdén –esclavitud, colonialismo, neocolonialismo- llegar a la meta intermedia, la independencia y aspirar a más, al desarrollo integral. Si bien la región archiva dificultades, no se dio por vencida y en los peores instantes rehizo calladamente los anhelos de comunidades arruinadas por el asalto imperial a sus riquezas materiales, aunque sin poder despojarla de su tesoro espiritual, ese que salta al ruedo para defenderla en los momentos más grises.
África se curtió con la resistencia, la verdadera, a la que alude Ramzy Baroud, cuando expresa que no es ‘una banda de hombres armados empeñados en causar estragos. No es una célula de terroristas que trama maneras de volar edificios’ / es una cultura/ una réplica colectiva a la opresión’.
Es ese poderoso valladar que desde el siglo XV al XX salvó al individuo en su tierra de origen y en la diáspora, en el Nuevo Mundo, para no perder la brújula en los tiempos tétricos, los cuales siempre pugnan por volver y de algún modo dificultar la vida ante voluntad irredenta.
Antes, el enfrentamiento se decidía en escenarios tangibles y los enemigos solían tener perfiles más definidos porque su prepotencia le permitía actuar sin ambages, así se comportaba el mundo en la década de los 60, cuando la efervescencia nacionalista llevó a los próceres del continente a integrar la Organización de la Unidad Africana (OUA).
Fue el 25 de mayo de 1963 cuando la cultura de la resistencia se asoció con otra característica de su identidad: la búsqueda de consensos dirigidos a defender intereses comunes en la diversidad, lo cual ni en la comunidad tradicional ni en el podio político suponen la sumisión ciega; por el contrario, abre espacios para el debate constructivo.
Esa línea favorable al intercambio marca la forma en que la tradición palpita muy viva en la actual Unión Africana, sucesora de la OUA y su adecuación a la contemporaneidad sin desdibujar sus objetivos y mucho menos alienarse de esencias como son el apego a la independencia y el culto de la resistencia.
Actualmente, el camuflaje teórico del enemigo adopta doctrinas engañosas para pasar sin ser descubierto en mentes ‘ingenuas’ y bolsillos de mercenarios e infiltrar conceptos negativos cada vez más racistas y excluyentes, con el fin de demoler obras ideológicas de incalculable valor, novedoso modus operandi, infructuoso pero terco.
Hoy poblaciones de América Latina, el Caribe y el sur de Estados Unidos dan fe de la existencia de una diáspora africana, descendiente de quienes obligados emprendieron dolorosas travesías transoceánicas en buques negreros que descarnaron sus corazones, pero no apagaron la rebeldía ancestral y sembraron en tierra fértil semillas de futuro.
Ello demuestra, en un mundo globalizado y también aterrado por la influencia negativa del palpable egoísmo neoliberal, que existe la posibilidad de salvarse, pese al asedio de la pandemia de Covid-19 y de viejas prácticas políticas tanto para desunir pueblos como para asfixiarlos con genocidas bloqueos económicos.
En tales circunstancias, sorprenden las analogías con experiencias africanas que enseñan cómo sortear obstáculos y resguardar los fundamentos para convertirlos por obra de la solidaridad en armas éticas contra las barreras de inopia moral de los hostiles, quienes rentan a nuevos socios conyugales invocando cuestiones humanitarias.
Pero afortunadamente, el libro de África, que es de todos los hombres de buena voluntad, continúa abierto e incorporando páginas de decoro para recordarle al mundo la vigencia de sus experiencias y la fe en la victoria.
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