Considerado pilar fundamental en las investigaciones prehispánicas en México, López Austin estuvo trabajando hasta horas antes de su fallecimiento en su especialidad sobre la reformulación de mitos de los pueblos originarios, siempre en medio de una lucha de las etnias indígenas que nunca abandonó.
Su hijo, el arqueólogo Leonardo López Luján, informó del deceso con la expresión maya ‘och bi’, que significa ‘ingresó al camino, se inició su ruta’.
La Jornada recuerda sus declaraciones a ese diario en diciembre del año pasado luego de ser galardonado con el Premio Nacional de Artes y Literatura en el campo de historia, ciencias sociales y filosofía, cuando reflexionó acerca de la muerte.
Puedo decir, aseguró entonces, que (la muerte) es un fin que implica tranquilidad, ni siquiera un tránsito. Espero que cuando muera, que pongan lo que quieran, pero nadie deberá decir: ‘ya descansa’. No, no descanso, ya no soy, se acabó todo, y la obra ya no importará tampoco. Alfredo no será ni polvo’.
Señala que el maestro miraba hacia ese ‘futuro desconocido en su longitud, pero con conciencia de que no es muy prolongado’, y entonces afirmó, contundente: ‘para mí no hay Mictlán, no hay Tlalocan; para mí, la muerte es la destrucción total, es: ‘ya me acabé, ya ni modo, se fue lo que me hacia existir’.
Por un lado, finalizó la idea, se ve el fin próximo y, claro, no es nada agradable, pero uno es consciente’.
La Jornada lo considera un hombre íntegro, honesto, sencillo, sensible y empático, así lo calificaron sus amigos, colegas, discípulos y los cientos de jóvenes que abrevaron de su obra y que este viernes lamentaron en redes sociales su deceso.
‘Ya su tonalli va de regreso al gran desierto chihuahuense, donde los médanos y los chamizos lo esperan. áCorre, corre sin parar, no te detengas!’, expresó López Luján al compartir en su cuenta de Twitter imágenes de aquel niño Alfredo que soñaba ser un vaquero feliz correteando animales por el desierto.
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