La fecha, siempre celebrada con alegría por sus seguidores, ahora se transforma en jornada de culto y devoción hacia la figura.
Octubre es sin dudas el mes de Maradona. Además de ser el 30, el día de su natalicio, hay otras dos fechas marcadas a fuego en el calendario maradoniano.
La del 20 de octubre de 1976, cuando debutó en Primera División con la camiseta de Argentinos Juniors (derrota 1-2 ante Talleres de Córdoba) Y la del 25 de octubre de 1997, cuando jugó su último partido oficial actuando par Boca (triunfo 2-1 en el clásico ante River).
Hay una sensación instalada en todo el ambiente, desde aquellos que respiran fútbol las 24 horas, hasta quienes sólo hablan de Diego cuando los motiva algún tema extra futbolístico. Hay algo así como una conciencia colectiva de que Maradona no se fue.
Como si en cualquier momento pudiera aparecer con alguna declaración fuerte (fiel a su estilo) o sorprendiendo en algún entrenamiento haciendo “jueguito” con la pelota.
O desde el palco de algún estadio, captado por todas las cámaras y con miles de personas pugnando por retratarse a su lado.
Maradona sigue estando ahí. Nos mira desde las miles de banderas colgadas en cualquier parte del mundo, aún en estadios tan remotos y de clubes tan distantes que parecería imposible trazar algún vínculo con Diego. Pero ese ha sido uno de los grandes encantos del Pelusa: Fue ídolo de los propios y también de los extraños.
Nos recibe desde las puertas de un polideportivo en alguna villa. Nos respalda cuando nos apoyamos en una pared y notamos que estamos recostados sobre un mural en su homenaje.
Nos encontramos repitiendo casi sin pensarlo y a diario alguna de sus tantas frases registradas.
O cuando intentamos transmitir algún concepto futbolístico, no hay nada más gráfico o elocuente que decir “tal como definía Maradona, o como pateaba Maradona o como aquel gol de Maradona”… Dicho eso, ya no hace falta más aclaración, y el concepto está entendido.
Diego aparece en las canciones, en las series y películas que siguen rodando en su homenaje, con mayor o menor fidelidad. Desafía a los actores que buscan interpretarlo, a los escritores que tratan elaborar algo que hasta ahora no se haya escrito.
A los guionistas que intentan mostrar un perfil aún ignorado dentro de su personalidad.
Y si no nos convencen ni los guiones, ni las series, ni los actores que no alcanzan a desarrollar una interpretación fiel, podemos echar mano a tantas horas y horas de videos que ha dejado el verdadero Maradona, tanto a la hora de jugar como a la de declarar.
Maradona está en cada grito de gol de la selección argentina, en cada festejo de algo importante, como aquella final ante Brasil. ¿Alguien podría decir que Diego no estuvo en el Maracaná? Maradona está en cada derrota de Inglaterra.
Su nombre aparece reproducido de forma astronómica en los miles de niños bautizados como Diego Armando en cualquier lugar del mundo.
Maradona es estadio, bronce, medalla, polideportivo, canchita de barrio, camiseta, bandera, tatuaje, grito de hinchada, botines desatados, mechón rubio, colgante en el pecho, canción, serie, documental, libro, debate televisivo, calle, plaza, sticker en el parabrisa, llavero, pelota de fútbol, dibujo animado, figurita.
Grito de gol, símbolo de rebeldía en cualquier lugar del mundo. Diego vive en todas estas cosas.
Maradona sigue estando ahí. En cualquier momento aparece, y si no, lo hacemos aparecer nosotros. Nombrándolo, recordándolo, invocándolo.
Hay una sensación innegable. Diego está acá. Y sigue cumpliendo.
msm/jdg/ach
*Periodista argentino, colaborador de Prensa Latina.
