Los resultados desmontan la narrativa que describe a esta civilización como dedicada a cultivar la tierra sin control, lo cual llevó a su ocaso tras una degradación ambiental, explicó el profesor de antropología Andrew Scherer.
El autor de la investigación, junto a estudiantes de la universidad norteamericana de Brown, así como académicos de otras instituciones, evaluaron un área en las tierras bajas mayas occidentales situada en la frontera actual entre México y Guatemala.
Definieron un rectángulo que conectaba tres reinos: Piedras Negras, La Mar y Sak Tz’i’, cuya capital política se centró en el sitio arqueológico de Lacanjá Tzeltal.
Emplearon de modo combinado drones y lidar, una tecnología de detección remota, con los cuales revelaron extensos sistemas de riego sofisticado y terrazas dentro y fuera de las ciudades de la región, pero sin grandes auges de población en paralelo.
Entre 350 y 900 d.C., algunos reinos mayas vivían cómodamente, con sistemas agrícolas sostenibles y sin inseguridad alimentaria demostrada, apuntaron en el documento.
«Es emocionante hablar sobre las poblaciones realmente grandes que mantuvieron los mayas en algunos lugares; sobrevivir durante tanto tiempo con tanta densidad fue un testimonio de sus logros tecnológicos», subrayó Scherer.
Consideró importante, sin embargo, entender que esa situación no se traduce en el territorio completo, pues la gente no siempre vivía cara a cara y zonas con potencial para el desarrollo agrícola nunca fueron ocupadas, remarcó. A pesar de estar aproximadamente a 22 kilómetros entre sí en línea recta, estos tres centros urbanos tenían tamaños de población y poder de gobierno muy diferentes, aseveró el profesor.
El conjunto, no obstante a los contrastes, se jactaba de una gran similitud: la agricultura producía un excedente con técnicas intensivas, aumentaban el volumen y la previsibilidad de los rendimientos de los cultivos, principalmente el maíz, constaron los autores.
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