A 58 años del suceso, la Casa Blanca mantiene el velo que cubre la información sobre quienes conmocionaron al mundo al protagonizar ese hecho y en especial de los estadounidenses, pese a la promesa de la actual administración de desclasificar la información que está bajo varios “candados” en el Archivo Nacional.
El 21 de enero de 1961, Kennedy, con 43 años de edad, se convirtió en el candidato a la presidencia más joven de la historia de Estados Unidos y arrastró tras de sí a una entusiasmada mayoría de estadounidenses.
Sin embargo, el 22 de noviembre de 1963, el mandatario demócrata fue abatido por disparos que la versión oficial achacó a Lee Harvey Oswald, algo puesto en dudas por otras investigaciones que sugieren una conspiración con connotaciones insospechables, entre ellas la CIA, Israel, los grupos terroristas cubanoamericanos de Florida y la mafia, entre otros.
En octubre, el presidente Joe Biden mantuvo a buen recaudo los archivos sobre el asesinato y volvió a retrasar la publicación de miles de secretos gubernamentales que podrían arrojar luz sobre el hecho.
«El aplazamiento temporal es necesario para proteger la defensa militar, las operaciones de inteligencia, la aplicación de la ley o la conducción de las relaciones exteriores, de tal gravedad que supera el interés público de la divulgación inmediata», escribió Biden en un memorando presidencial.
La decisión significa que los académicos y el público tendrán que esperar aún más tiempo para aceder a los archivos del gobierno sobre uno de los mayores misterios políticos del siglo XX.
Un comité especial de la Cámara de Representantes concluyó en 1978, «sobre la base de las pruebas disponibles, que el 35 mandatario fue probablemente asesinado como resultado de una conspiración», y muchos se sienten engañados con la afirmación de que el autor material fue Lee Harvey Oswald.
Cuando el presidente Biden aceptó publicar los registros del 11-S, dijo que 20 años eran suficientes. ¿Qué tal 58 años?, preguntó el diario Politico en referencia al cerrojo informativo.
Varias elucubraciones durante años originaron nuevas sospechas de la existencia de um complot del “poder profundo” en Estados Unidos, donde la CIA, terroristas del exilio cubano en Florida, agentes israelíes- luego devenidos en primeros ministros- en particular, Menachem Begin, un especialista en terrorismo de falsa bandera-, estuvieron detrás de los disparos mortales.
El rastro israelí en el asesinato de Kennedy fue sofocado y quienquiera que lo mencionó fue inmediatamente excluido. Empero, de todas las teorias conspirativas esa conexión sigue siendo una de las más intrigantes.
Se supo que el ultimado mandatario quiso frenar el proyecto de desarrollo nuclear de Tel Aviv y cometió el pecado de amenazar con cortar el multimillonario apoyo de Washington al sionismo.
Su asesinato es uno de los secretos mejor guardados en Estados Unidos y las razones solo podrían conocerse si se permitiera el acceso a los archivos, estiman analistas.
Figura como um ejemplo de ello que durante muchos años vivió con total impunidad en territorio de ese país el terrorista de origen cubano Luis Posada Carriles y se llegó a decir que el magnicidio era parte de su seguro de vida.
Este personaje, apodado The Hunter (El Cazador), un experto francotirador entrenado por la CIA, estaba en Dallas ese fatídico día, según se pudo corroborar.
Kennedy murió de varios disparos, y aunque la versión oficial lo niega, son más quienes piensan que su muerte fue resultado de una conspiración, algo que siempre estuvo en el centro de los análisis.
Recientemente un informe de la Junta editorial del Tampa Bay Times se preguntaba: ¿Por qué tanto secretismo del gobierno estadounidense en torno al asesinato de Kennedy?
Los hechos se amontonan y no hay nada concluyente. El connotado terrorista Antonio Veciana, vinculado a la CIA, dijo en una oportunidad que el gobernante fue víctima de um complot de alto nivel como represália por sus políticas.
El diario The Miami Herald divulgó a finales de octubre la historia de un exiliado cubano, Ricardo Morales, conocido como “el Mono”, quien dijo a sus hijos antes de morir que entrenó a Oswald como francotirador en un campamento de la CIA, aunque no mencionó si allí estaba Posada Carriles.
Morales también les narró que dos días antes del asesinato, un oficial de la CIA les ordenó a él y a su equipo de “limpieza” que fueran a Dallas. Pero después de los trágicos hechos, recibieron instrucciones de regresar a Miami sin saber de qué se trataba la misión.
Las teorías enfilan hacia el exilio cubano, pero las afirmaciones también apuntan hacia la CIA, lo que algunos observadores creen que podría ayudar a explicar por qué Biden se retractó de desclasificar los documentos restantes en el caso, algo prometido por su antecesor Donald Trump.
Según la versión de los hijos de Morales, su padre, ante la inminencia de la muerte, los alentó a indagar sobre el trabajo que él realizaba con la CIA:
¿Quién mató a John F. Kennedy? Fue una de las interrogantes. “No fui yo, pero yo estaba en Dallas con el equipo mío dos días antes esperando órdenes. Nosotros éramos el equipo de limpieza por si acaso había que hacer algo malo”, dijo.
Un informe de 1979 del Comité Selecto de la Cámara concluyó que el presidente probablemente fue ultimado como resultado de una confabulación y que existía una alta probabilidad de que dos hombres armados le hubieran disparado.
En esa época, el Departamento de Justicia, FBI, CIA, y la Comisión Warren fueron severamente criticados por su pobre desempeño en las investigaciones llevadas a cabo y el Servicio Secreto fue calificado de deficiente en su protección al presidente.
Lo cierto es que a 58 años del magnicidio la verdad aun está cubierta por un velo. El enigma de quién ordenó el asesinato de John Fitzgerald Kennedy sigue em vigor y es muy probable que continúe desatando la polémica durante mucho tiempo.
Kel McClanahan, un abogado especializado en derecho de la seguridad nacional y en derecho de la información y la privacidad que anteriormente fue editor asociado de la revista American Intelligence Journal, dijo a The Independent que aquellos que esperan ver todo a finales del próximo año no deberían entusiasmarse demasiado.
El letrado predijo que Biden seguiría la práctica bipartidista de plegarse a los deseos de los funcionarios de inteligencia en mantener algunos registros ocultos, a pesar del plazo final de diciembre de 2022.
«A menos que haya un presidente con una voluntad muy fuerte que diga: ‘No me importa porque estoy muy a favor de la transparencia’, se remitirán a su gente de inteligencia», dijo.
Añadió que com el passo del tiempo el asesinato de Kennedy se desvanece de la memoria pública y el clamor por nuevas revelaciones será cada vez más tenue.
Hoy hay muchos estadounidenses, según las encuestas, que creen que otros estuvieron involucrados, no solo Oswald, y que existió una conjura que incluso pudiera salpicar al entonces vicepresidente Lyndon B. Johnson, un halcón del complejo militar industrial.
Algunos analistas suponen que los documentos restantes, junto con los ya divulgados, pueden establecer lo que la mayoría de los ciudadanos cree: existió una connivencia que involucró a altos funcionarios del gobierno de Estados Unidos, incluyendo a líderes de las mismas agencias que actualmente se encargan de revisar los registros.
Para muchos es una ironía retenerlos, luego que el gobierno ya admitió, sin decirlo, que la Comisión Warren mintió y hay viles secretos que está decidido a proteger.
¿Qué hay exactamente en ellos? Para aquellos que esperaban un mayor contraste entre las administraciones de Trump y Biden, este secretismo seguirá siendo un punto de similitud decepcionante, al menos durante otro año.
La fecha límite de Biden para 2022 llegará y pasará, pero difícilmente las generaciones actuales vivan para ver que un gobierno en Washington admita toda la verdad sobre el magnicidio de Kennedy.
El llamado Estado profundo no lo permitirá.
/lb
*Jefe de la Reacción Norteamérica de Prensa Latina