Durante la última jornada de actividades en esta capital, el sumo pontífice realizó una visita de cortesía a Chrysostomos II, arzobispo Ortodoxo de Chipre, sostuvo un encuentro con el Santo Sínodo y celebró una misa en el GSP Stadium.
En el último compromiso colectivo del programa, Francisco participó en una oración ecuménica con migrantes en la iglesia parroquial de Santa Cruz en Nicosia, donde dijo sentirse conmovido al escuchar los testimonios de varios de ellos.
Después de escucharlos, precisó, comprendemos mejor toda la fuerza profética de la Palabra de Dios que, a través del apóstol Pablo, dice: “Ustedes no son más extranjeros ni huéspedes, sino conciudadanos de los santos, familiares de Dios”.
Vuestra presencia, hermanos y hermanas migrantes, es muy significativa para esta celebración. Vuestros testimonios son como un espejo para nosotros, comunidad cristiana, apuntó.
En ese sentido, el papa afirmó que escuchándolos, mirándolos a la cara, el recuerdo va más allá, va al sufrimiento. Has llegado aquí, pero ¿cuántos de tus hermanos y hermanas quedan en el camino? ¿Cuántas personas desesperadas inician su viaje en condiciones muy difíciles, incluso precarias, y no han podido llegar?
Podemos hablar de este mar convertido en un gran cementerio. Mirándolos, miro los sufrimientos del viaje, tantos que han sido secuestrados, vendidos, explotados…, todavía están en camino, no sabemos hacia dónde. Es la historia de una esclavitud, una esclavitud universal, subrayó.
Por otra parte, el pontífice retomó la “dolorosa división” de esta isla en dos territorios, uno donde reside la mayoría de origen griego al sur y otro habitado por una minoría de raíces turcas en el norte.
Tras señalar que veía el muro que separa a ambas poblaciones, a través del portal abierto de la iglesia, el papa pidió que este país pueda convertirse, con la gracia de Dios, en un laboratorio de fraternidad y agradeció a quienes trabajan para lograr ese objetivo.
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