Palabra que tiene su origen en España, la murga identifica un género coral-teatral-musical que parte de los tradicionales conjuntos callejeros.
Historiadores musicólogos sitúan su introducción en Uruguay en 1909, cuando llega al país un grupo de zarzuela, algunos de cuyos integrantes forman una suerte de chirigota que llaman “La Gaditana” para salir a la calle a cantar y “pasar la manga”, expresión rioplatense que significa pedir dinero.
Al año siguiente, una agrupación del carnaval de Montevideo se apropia del género hasta con el mismo nombre de los pioneros actores callejeros españoles, y desde entonces se afianza y se convierte en uno de los platos fuertes de las carnestolendas.
Con el tiempo evolucionó en lo que refiere a música y letra, y se enriqueció precisamente con el añadido de elementos del candombe afrouruguayo, con un sinfín de ritmos y variados instrumentos para imprimir nuevas sonoridades.
Pero, sin ninguna duda, lo que más atrae de sus coros -de unos 13 a 17 integrantes que entonan canciones y realizan cuadros musicales con personajes y línea argumental- es su capacidad para la crónica de la vida social, comentando lo más significativo del año transcurrido.
Fundamentalmente en tiempos electorales, los libretistas apuntaron a más contenido político y las murgas volvieron a moverse como pez en el agua después que la izquierda pasó a ser oposición y fustigaron a la derecha.
Para constatar sus diversas intenciones burlescas, con una sátira que transita de lo devastador a lo reflexivo, basta apuntar nombres como Agárrate Catalina, La Trasnochada, Curtidores de Hongos, La Mojigata, Cayó la Cabra, Doña Bastarda, La Gran Muñeca, Métele que son Pasteles, Queso Magro y Nos Obligan a Salir.
Decenas de ellas, artífices de picantes parodias, se presentan cada año en el carnaval más largo del mundo, con estrafalarios vestuarios coloridos y pintarrajeados rostros en reñidas competencias festivas.
mem/hr
(Tomado de Orbe)