Muchas bien conservadas, otras en lamentable estado, algunas con grafitis que ocultan su belleza, pueden encontrarse en varias zonas de la urbe colombiana: en los barrios de Teusaquillo, La Magdalena, La Merced, Quinta Camacho, El Nogal, El Retiro y Bellavista.
De acuerdo con Juanita Barbosa, profesora del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Facultad de Artes en la Universidad Nacional de Colombia, estas edificaciones, aunque se diseñaron siguiendo diferentes parámetros, se caracterizan por tener rasgos comunes que recuerdan a la arquitectura histórica inglesa de diferentes periodos.
Entre ellos, el uso del ladrillo a la vista combinado con la piedra y los arcos apuntados en las entradas; las cubiertas muy inclinadas con tejas de arcilla, buhardillas y altas chimeneas; variedad de aparejos y trabas que fueron aprovechados para crear formas particulares; así como las ventanas tipo cajón-mirador que sobresalen de la fachada, llamadas bay-windows o bow-windows. Otra peculiaridad es el sistema de entramado o paño de madera combinado con mampostería.
La construcción de estas casas en Bogotá -principalmente en los años 1930 y 1940- respondió a una época en que la élite, conformada en su mayoría por nuevos empresarios, evidenció la necesidad de progreso y la ciudad tuvo que superar sus estrechos límites, los cuales causaban infinidad de problemas como la densidad habitacional y condiciones críticas de salubridad.
A pesar de las diferencias sociales, en la Bogotá del siglo XIX convivían todos en el mismo ambiente urbano, aunque, obviamente, las viviendas de las clases acomodadas reflejaban la posición jerárquica de los propietarios.
En los albores del siglo XX, esa nueva élite de empresarios comenzó la construcción de casas grandes y confortables, con antejardines y jardines posteriores, en nuevos barrios alejados de estratos sociales menos favorecidos, lo que evidenció el cambio en la mentalidad y en las formas de vida de las familias que integraban el círculo del poder económico y político.
La fascinación por Inglaterra provenía, tal vez, de las relaciones comerciales y de intercambio con esa nación en la segunda parte del siglo XIX, incrementadas a comienzos del XX mediante el desarrollo de la industria, especialmente del café.
Además, las clases altas enviaban a sus hijos a estudiar a las universidades europeas y cuando regresaban venían con ideas nuevas y costumbres foráneas que se adoptaron en el país.
(Tomado de Orbe)