La edificación, a unos 333 metros de altura, debe su existencia al empresario y célebre periodista nipón Hisakichi Maeda, quien vislumbró en la Torre de Tokio buenas oportunidades para explorar la fotografía aérea, además de favorecer la transmisión de las señales de radio y televisión en la región de Kanto.
Como presidente de la empresa propietaria de la futura instalación, Maeda confió su sueño al arquitecto Tachu Naito.
Este último diseñó la armadura al estilo casi idéntico de la torre Eiffel de París, pero nueve metros más alta que el referente parisino, con soportes capaces de resistir poderosos terremotos o tifones.
Cuando se inauguró la torre a mediados del siglo XX, toda la nación celebró la hazaña como símbolo de recuperación de la posguerra y del avance económico.
Las obras constructivas culminaron en apenas 18 meses, resultado del esfuerzo colectivo de un pueblo que mira siempre hacia el futuro y renace de sus cenizas.
La torre de Tokio es uno de los principales atractivos turísticos de la urbe capitalina. Incluso en medio de la pandemia de la Covid-19 cientos de personas llegan cada día a su emplazamiento en el distrito de Minato.
A través de sus variadas galerías el recinto ofrece experiencias inmersivas, divertidas, curiosas y hasta provocadoras.
La atmósfera dentro de la torre dimensiona detalles simples como la belleza de los elementos decorativos o el significado de objetos comunes, entre ellos una pelota de béisbol cuyo origen misterioso ha generado múltiples leyendas.
Atraídos por la romántica idea de contemplar la cosmopolita vida tokiota a sus pies, el visitante emprende el ascenso hacia los miradores.
La travesía resulta deleite para los sentidos por la mezcla de hospitalidad, sonidos agradables, luces y las impresionantes vistas citadinas en 360 grados.
Desde las plataformas de observación y gracias al apoyo de los guías, resulta sencillo la ubicación de otros edificios emblemáticos como el Skytree (el más elevado del país) o la bahía de Tokio con su icónico puente.
A vista de pájaro se contemplan las autopistas, las vías fluviales, los nuevos andamios de una ciudad que no para de crecer, donde el concreto y los cristales armonizan con la madera de los innumerables templos, santuarios y demás inmuebles apegados a la tradición.
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