La Habana, 27 feb (Prensa Latina) Otra vez se pospuso el final de las elecciones parlamentarias para la cámara baja somalí, ahora se prevé que concluyan antes del 15 de marzo luego de incumplir el plazo del 25 de febrero.
Esa alteración en el calendario ilustra la falta de entendimientos en que se mueve el Legislativo, expone su andar irregular y lo peor es que incidirá en la designación del próximo presidente federal, el atraso en el proceso electoral generó una crisis institucional.
Somalia no logró cohesionar todas sus fuerzas políticas para estabilizar por completo las funciones (y deberes) estatales, aunque avanzó algunos trechos empujada por la cooperación internacional, entre ellos por los donantes occidentales y el despliegue militar de la Misión de la Unión Africana (Amisom), que opera en el país desde 2007.
Pero la fragilidad caracterizó la construcción de los poderes -Legislativo, Judicial y Ejecutivo- y entre los actores del juego político existen reservas acerca de la viabilidad del modelo de Estado propuesto, que aún no logra con efectividad unificar lo tradicional con los requisitos universales contemporáneos.
En el contexto somalí eso también expone las contradicciones entre sus jefes estaduales, que son rivales electorales del aún presidente, Mohamed Abdullahi Mohamed (conocido también como Farmajo), quien concluyó su mandato el pasado año, pero aún está al frente del país, lo que sus críticos califican de violación de lo pactado en 2020.
No obstante, los partidarios opinan que su permanencia en el cargo permitió en cierta medida dar continuidad a la marcha de la dinámica institucional en cuanto a gobernabilidad y democracia, en medio de una guerra interna que no cesa, heredada de la desarticulación del Estado ocurrida en 1991, con el derrocamiento del general Mohamed Siad Barre.
Desde entonces Somalia está en caída libre.
Las elecciones -mayormente indirectas- constituyen oportunidades de una redistribución de la autoridad amparada por un marco de supuesta legitimidad, que sin ser aceptada por todos los grupos sociales, proyecta una imagen de solvencia pública para consumo del auditorio foráneo.
Sin embargo, Mogadiscio no aprueba el examen de una concordia real más allá de la guerra no convencional que la enfrenta con la guerrilla de Al Shabab -los Jóvenes- grupo insurgente que sucedió a la Unión de las Cortes Islámicas (UCI), desplazadas del poder por tropas gubernamentales y de la Amisom en 2006.
Tras la formación del Gobierno Federal de Transición (GFT) en 2004, la salida de la UCI de sus posiciones y la extensión de las acciones rebeldes a la vecina Kenya, la contienda por el poder varió sus tácticas, pero no su estrategia. Shabab no reconoce la estructura estatal y las autoridades consideran terroristas en conjunto a esa formación.
Para los insurgentes, la autoridad es apócrifa en un país donde más del 96 por ciento de la población es musulmana y el aspecto confesional añade o resta legitimidad a la gestión oficial, máxime si esta asume solucionar los problemas acumulados desde 1991 y no cumple su promesa, como por ejemplo la celebración de elecciones transparentes.
Desde el punto de vista ideológico, los rebeldes consideran que el Estado de Somalia es un ente engañoso, que se aprovecha de las circunstancias sumando ilegalidades con el respaldo de Occidente, mientras deja sin orden al país, que posee escasas cartas de triunfo en los asuntos socioeconómicos más apremiantes y depende grandemente de la ayuda humanitaria extranjera.
Aunque la retórica antigubernamental tiene adeptos, va cediendo espacio a ideas menos radicales, que toman cuerpo en el interior de la sociedad somalí, donde crea nuevas nociones sobre el futuro del Estado, considerado ahora por los estudiosos como «fallido» mientras excluyen las opciones de reparar 31 años de caos.
Si bien existen argumentos para explicar el desorden -el primero es la violencia en su conflicto interno- faltan otros que justifiquen el estancamiento político sufrido por el país y el cual no revierten los misiles disparados por drones estadounidenses a supuestas bases guerrilleras y las muertes causadas por esos bombardeos en la población civil, parte de ella fuera de los padrones electorales, pero sufrida también.
Así la posposición de los comicios finales para configurar la cámara baja del Parlamento, expone las inconsecuencias propias de la lucha por el poder en un escenario institucional ruinoso, así como la incapacidad de una autoridad que permanece varada sin asumir cambios requeridos.
Mientras que no sople el aire fresco requerido y las elecciones preocupen más que el bienestar general, Somalia permanecerá en las tinieblas sin beneficiarse de la luz del siglo XXI.
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