La insólita escultura, a la cual dio su visto bueno el alcalde del municipio de Moche, Arturo Fernández, como homenaje a los lejanos ancestros de su pueblo, mostraba a un personaje ufano por estar dotado de un enorme falo, símbolo de virilidad y fertilidad.
Desde que se presentó la obra, Fernández recibió duros ataques, especialmente con acusaciones de promover la pornografía, imputaciones ante las cuales alegó que el polémico monumento no solo resaltaba la sexualidad de los antiguos habitantes del lugar, sino que atraería a turistas interesados en conocer tan inusual figura.
Solo unos días después, la efigie amaneció destruida por anónimos conservadores extremos, lo que pareció poner fin al atrevido proyecto, pero Fernández no se rindió ante la hostilidad de sus detractores.
Entonces, encargó una nueva y colorida creación, igual a la primera, y reproducciones gigantes de los llamados huacos eróticos, cerámicas en las cuales los moches dejaron evidencia de su sexualidad y de la maternidad resultante, y que pueden apreciarse en los museos.
De esa manera, lo que comenzó con una estatua, se convirtió en un peculiar parque temático, complementado con banderas de numerosos países que, seguramente, aluden a la universalidad del disfrute del sexo.
El sitio se ha convertido en un gran atractivo para visitantes nacionales y extranjeros, y parejas de recién casados del municipio y sus alrededores que, tras la boda, se fotografían ante alguna de las esculturas, acaso como cábala y tributo a la pasión.
(Tomado de Orbe)