Marzo y abril regalan siempre ese momento especial en el cual disfrutar de románticos paseos, jornada para la alegría compartida entre amigos y familiares, terapia perfumada contra el estrés, colirio para los ojos de quienes habitan la ciudad.
Aunque la práctica de festejar bajo el manto de flores vino de China, pocas ceremonias son más japonesas y queridas por los nacionales.
Quizás con otro nombre y con ciruelos o melocotoneros en lugar de cerezos, los cortesanos nipones del periodo Nara (siglo VIII) comenzaron a festejar el hanami a la orilla de los arroyos o en jardines imperiales como lo hacían sus vecinos continentales. Ahí tuvo su génesis la popular costumbre que hoy reúne a japoneses de todos los estratos sociales.
Las sakuras (flores del cerezo), embellecen las montañas y praderas del país del sol naciente desde la Edad de Piedra. Cuentan las historias que mucho antes de las reuniones aristocráticas, los ancestros de estas tierras veneraban a los cerezos donde habitaban los dioses, los cuales se convertían en arrozales luego de su máxima floración.
Se necesita un año de espera para hacer hanami, mas, al llegar la fecha, las flores apenas duran una semana sujeta a las ramas, luego caen, mientras conservan intacto su esplendor.
Esta conjunción de vitalidad y existencia efímera sustentó las leyendas de las sakuras entorno a los guerreros samuráis, quienes preferían la muerte antes de una vida indigna, y cuya sangre derramada al pie de los cerezos durante el harakiri (ritual de autoinmolación) tiñó de carmín claro los pétalos blancos.
En Japón hay alrededor de 600 variedades de cerezos, algunos milenarios, otros gigantes de varios metros de altura. Los más comunes son los somei-yoshino, sembrados en jardines y parques de todo el país.
La sublime estampa de los sakuras ha inspirado por siglos a artistas nipones. Aparecen en Genji Monogatari (primera novela de la nación asiática), en los haikus (composiciones poéticas), en los ukiyo-e (grabados en xilografía), en los kakemonos (pergaminos), e incluso predominan en el irezumi (estilo tradicional de los tatuajes) entre otros disimiles japonismos.
Desde 2020 la pandemia de la Covid-19 obligó a la suspensión de los habituales y multitudinarios picnic durante el hanami, so afán de reducir los contagios. Sin embargo, las esencias de la cita primaveral persisten, porque los malos tiempos precisan más de las honras a la vida, la renovación y el poder creador de la naturaleza.
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