Cuando ese acomodo no se consuma en su totalidad, pueden sobrevenir mareos e ilusiones visuales.
Estas verdades se ratifican tan pronto se penetra en el túnel ladeado que da acceso a la Casa Insólita de Las Tunas. Al instante uno siente como si todo diera vueltas, y un súbito vértigo hace acto de presencia. “Aguántense bien del pasamanos”, advierte la guía. Pero, a pesar de seguir su exhortación, solo pasados unos minutos se consigue estabilizar el paso.
Transcurrida la euforia que desencadenó la apertura en 2015 de esta extraña morada, siguen sorprendiendo detalles y sutilezas de un proyecto que ha puesto a la ciencia a concertar secretos en complot con la gravedad.
La primera sala está consagrada al griego Arquímedes de Siracusa, creador del principio de la hidrostática. Se le atribuye un famoso enunciado: “Un cuerpo total o parcialmente sumergido en un fluido en reposo experimenta un empuje de abajo hacia arriba igual al peso del volumen que desaloja”.
Su atracción inaugural es un estanque con casi 20 mil litros de agua. La superficie debía descansar en perfecta horizontalidad, pero aquí está inclinada. Uno llega a pensar que en cualquier momento se le vendrá todo el líquido encima.
Pero hay más: en una pecera aledaña, goldfish y colisables nadan graciosamente con sus cabecitas más altas que sus segmentos traseros.
A Pitágoras, el gran matemático y filósofo helénico, se dedican las guirnaldas de la segunda sala. De tanto repetirlo otrora, todavía se recita de carretilla su conocido teorema: “en un triángulo rectángulo, el cuadrado de la hipotenusa es igual a la suma de los cuadrados de los catetos”.
En este local con 20 grados de inclinación la sensación de sorpresa la origina una “canal hidráulica trastornada” que transporta agua… ¡hacia arriba! ¿Cómo puede tolerar tamaño agravio la ley de la gravitación universal? Delante de mí, un adolescente manifiesta su incredulidad frotándose los ojos.
El sempiterno Newton, filósofo, matemático y físico inglés, monopoliza honores en la tercera sala. Su primera ley, “todo cuerpo permanece en reposo o en movimiento rectilíneo uniforme mientras sobre él no actúe ninguna fuerza que varíe su estado inicial”, encuentra allí una atmósfera de realización.
El local hace gala de artefactos como el tragabolas y las regletas. En ambos casos se utilizan planos inclinados donde las esferas, independientemente de su peso, ascienden, en lugar de precipitarse cuesta abajo. Igual recorrido describen pequeñas bolas en tres canales superpuestas.
La cuarta sala se reclina a los pies de Leonardo da Vinci, el genio del Renacimiento italiano. Lo más notable es la cortina líquida que se filtra a través de una pared con reminiscencias de roca. Pero, en lugar de deslizarse hacia abajo, como todo manantial que se respete, lo hace hacia adelante, buscando la perpendicular.
Una estrella de madera llena de agua provoca igual efecto. Los visitantes, además, se divierten con las posturas absurdas que adoptan sus cuerpos al caminar por dentro de la casa.
La quinta sala es, en mi criterio, la más espectacular. De todo lo que allí asombra, resalta el péndulo de un reloj. Cuelga desde el techo en un ángulo nada convencional y oscila irregularmente de un lado a otro, igual que los columpios.
Hay una escalera que parece como cortada a pico en la pared y, sin embargo, es perfectamente posible bajar y subir por ella.
El público asiste a un espectáculo increíble: una silla que apoya sus patas traseras en un saliente de la pared y deja las delanteras en el aire sin que su ocupante se venga al suelo.
Y si de patas se trata, una mesa de billar las tiene de diferentes tamaños, lo cual no impide que las bolas corran hacia uno y otro lado como si todo estuviera perfectamente horizontal.
Por último, hay un sofá del que es imposible pararse sin recibir ayuda. Ante tamaña dinámica, Galileo Galilei, dignificado en esta sala, habría evitado pronunciar su célebre frase: “Y, sin embargo, se mueve…”.
De las casas insólitas —recintos en cuyo interior es posible percibir sensorialmente fenómenos que, en apariencia, se ubican en las antípodas de los principios de la gravitación universal— existen pocas en el mundo, y no con el mismo nombre.
La de Las Tunas, única de su tipo en el país, continúa dejando boquiabiertos a sus visitantes de ocasión. No hay aquí tomaduras de pelo con lances de magia, pues los fenómenos percibidos son ilusiones ópticas legítimas. Se trata de una manera novedosa de eludir los convencionalismos con el empleo consecuente de la originalidad y de la fantasía.
En definitiva, la originalidad es la expresión más acabada del ingenio; la fantasía, la mejor aliada para encontrar el camino de la realidad.
(Tomado de Prisma)