Durante siglos, este animal formó la caballería de guerreros Rajput. Su lealtad es motivo de leyendas y se les evoca saltando desde las murallas de enormes fortalezas con brincos mortales para salvar a sus jinetes o dejando atrás en rauda carrera a los enemigos.
Informes de ADN indican que es una de las razas equinas más antiguas del mundo, y su aparición en textos y escrituras arcaicas prueba que se trata de uno de los pocos linajes ecuestres autóctonos que aún quedan en la India.
Sin gozar del favor de los colonialistas británicos durante la época del Raj, este cuadrúpedo fue marginado para dar paso a otros importados desde Europa y Australia.
Las cosas tampoco mejoraron para el Marwari tras la independencia del país, pues sus principales mecenas vendieron las caballerizas y los bellos potros pasaron a manos de personas sin conocimientos sobre la crianza. Así comenzó una lenta degeneración de esta estirpe.
La región de Marwar, en el estado indio de Rajastán, es el hogar por excelencia de estos ejemplares, que resultaron muy útiles en las guerras que se libraban encima de las monturas.
Presentan alturas variables, desde 142 hasta 173 centímetros; el perfil de la cabeza es recto; el cuello alargado y arraigado en un pecho ancho; hombros bastante rectos; dorso prolongado; grupa caída; extremidades delgadas; uñas pequeñas y pelajes muy diversos o manchados. Resistentes y fuertes, pueden criarse sin cuidados especiales, con una alimentación reducida.
Nacidos como caballos de guerra, a los que antiguamente se les colocaban falsas trompas de elefante como parte del equipo para combatir, los Marwari, pese a ser principalmente corceles de silla, también se emplean para la carga, el tiro ligero y otros trabajos agrícolas.
Por su capacidad de aprendizaje, son adecuados para la doma clásica y a menudo son utilizados en la práctica del exclusivo deporte del polo. En fiestas locales, ceremonias y bodas es frecuente verlos muy adornados, bailando al compás de la música.
(Tomado de Orbe)