La ausencia de alumbrado público en algunas zonas residenciales contrasta con las vallas lumínicas y la opulencia de los centros comerciales, es la primera impresión al cruzar la línea de salida del aeropuerto Rafic Harriri en esta capital.
Altos edificios con ventanales de cristales y complejas estructuras arquitectónicas dan cuenta de la modernidad presente en Beirut, en una nación de geografía montañosa y bendecida por las costas del mar Mediterráneo.
El reconocimiento de 18 confesiones religiosas y la presencia de refugiados sirios, palestinos y armenios y otros inmigrantes africanos hablan de la diversidad de la población, en la cual cristianos y musulmanes se distribuyen por mandato constitucional los puestos en el gobierno.
Los restos de disparos en edificios y puentes, las estatuas a los mártires, los constantes puntos de control policial y las cercas de alambre por toda la ciudad recuerdan los conflictos internos y regionales de ayer y hoy.
Al borde de la bahía capitalina (San Jorge), gigantescos silos aún perduran como testigos de la explosión del puerto de Beirut en agosto de 2020 que cobró la vida de más de 200 personas y destruyó parcial o totalmente las residencias de unas 300 mil.
Su infraestructura vial denota progreso con carreteras, autopistas, túneles y elevados, saturada por los miles de autos que circulan a diario.
Sin embargo, Beirut, pese a una marcada influencia europea, carece de un sistema de transporte público que sostenga la cotidianidad de su gente.
La actividad comercial la caracteriza la importación de productos por estar muy deprimida la industria nacional como resultado de políticas neoliberales.
En su cocina confluyen la gastronomía internacional con las más arraigadas tradiciones culinarias árabes.
Por sus calles pululan mendigos, niños pobres y ancianos, testigos vivos de la desequilibrada distribución de la riqueza y como resultado de la peor crisis económica y financiera de los últimos 150 años.
Los días del Ramadán, mes sagrado para los musulmanes, transcurren en un ambiente de reflexión familiar, la jornada laboral se acorta, disfrutan de días feriados y el rompimiento del ayuno (iftar) constituye un verdadero festín.
Con ocho de cada 10 personas por debajo del umbral de la pobreza, los libaneses asumen con escepticismo las elecciones parlamentarias previstas para el entrante mayo y con ellas la oportunidad del surgimiento de un gobierno capaz de impulsar la recuperación económica.
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