Es acercarse a las tradiciones y a una de las curiosidades de la cultura culinaria de esta nación sudamericana que tiene sus orígenes en la época prehispánica.
Durante los días lluviosos de marzo, abril y mayo, estos bichitos voladores, que suelen alcanzar un tamaño de aproximadamente un centímetro y medio de largo, salen de sus grandes madrigueras en la tierra, momento en que los campesinos las recolectan.
Para su cocción les quitan las alas, antenas y patas. Su sabor ahumado y salado y textura crocante convierten a este insecto en un plato codiciado, del cual se afirma que posee propiedades afrodisíacas, por eso es común obsequiarlo como regalo de bodas.
Según diversos estudios y mitos, las chicatanas tienen poder antibacteriano, son una gran fuente de proteínas, ayudan a combatir la artritis y a prevenir el colesterol malo.
Responden al nombre científico de Atta laevigata, del orden de los himenópteros, y pertenecen a la familia de los formícidos que habitan desde el sur de México hasta Argentina como cortadores de hojas más comunes.
Un kilogramo de este manjar se calcula que puede llegar a un precio de alrededor de 40 dólares estadounidenses, incluso por encima del gustado café colombiano.
Las comestibles son las hembras reinas, cuyo abdomen se desarrolla hasta 10 veces su tamaño normal para poder contener los huevos sin madurar.
Cuentan que cuando caen las lluvias, los príncipes y las princesas de la colonia suben a la superficie y vuelan hacia la luz del sol para copular.
El cineasta Mario Ribero, que creció en Santander, asegura que la salida de estos insectos cada primavera “en realidad es una historia de amor”.
Es tan apetecida y popular que en Barichara, un pueblo de Santander patrimonio de la nación por su riqueza arquitectónica y cultural, hay dos monumentos dedicados a esta hormiga: uno está a la entrada, y el otro, en la alcaldía municipal, junto a la plaza principal. Otra obra escultórica a esta especie, de 10 metros de largo por cinco de alto y realizada por el artista cubano Ramón Lagos, engalana la plaza de Neomundo en Bucaramanga.
(Tomado de Orbe)