Por Orlando Oramas León
Corresponsal en Uruguay
Voy en busca de José (Pepe) Mujica y hasta su chacra me lleva un camino de gravilla. Me advirtieron de la austeridad en que vive el exguerrillero y expresidente uruguayo, quien abre la puerta personalmente y me ofrece el puño a manera de saludo.
La antesala luce medio en penumbra y estamos rodeados de libros sobre Fidel Castro, el Che Guevara, Augusto C. Sandino, Luiz Inácio Lula da Silva y otros hacedores de la historia de Latinoamérica, su patria y el mundo, que hoy considera en peligro.
“Yo desterré hace tiempo el término austeridad y lo sustituí por sobriedad”, espeta en el inicio de un diálogo sobre temas que le apasionan y tienen que ver con la sobrevivencia humana.
“En realidad el término austeridad se está utilizando para recortar gastos sociales y dejar a la gente sin trabajo. Yo lo sustituí en mi lenguaje por el concepto de sobriedad, que significa asegurar lo necesario para mantener los fundamentos de la vida, pero no acompañando una vida de derroche”.
Considera que tal modo de vida resulta una agresión al futuro. “Lo que estamos derrochando hoy se convertirá en problemas para los que vienen. Se puede vivir decentemente cambiando los parámetros que tenemos”.
LA CULTURA DEL DESPILFARRO
Y enuncia entonces un concepto que relaciona con cuestiones que nos parecen cotidianas a cualquier terrícola pero tienen que ver con el modo de producción del capitalismo. «Tenemos que cambiar el concepto de obsolescencia programada y sustituirlo por uno de fabricación industrial que signifique la mayor durabilidad posible».
A la par -acota- incluir los costos de reciclaje en cada uno de los productos para transformar la actividad de reciclar en una tarea noble y redituable, y no una especie de azote para los más pobres de la sociedad.
Los productos deben ser vistos distintos y es posible, los que somos viejos tenemos memoria, afirma Mujica y apela a los recuerdos de su larga existencia, “cuando se vivía distinto”.
Conocí unas hojas de afeitar alemanas de la década del 30 que tenían filo de un solo lado y se afilaban con un aparatico. Con un par de esas cuchillas capaz que te afeitaras toda una vida, rememora y luego fustiga:
Tomo esto para expresar lo que pasa, hacen una maquinita de afeitar para que consumamos una montaña de plástico y de hojas inútilmente a lo largo de la existencia. Nuestra vida está llena de esas cosas.
Le recuerdo que se cumplieron nueve años de un memorable discurso suyo en Nueva York ante la Asamblea General de las Naciones Unidas.
“Ojalá fuera cosa de brujería, pero lo que enuncié entonces pudiera repetirlo hoy. En ese discurso creo que dije que había lamparitas prendidas hace más de 90 años en el cuerpo de bomberos de California. Se pueden hacer bombillos que duren décadas”.
“Yo conocí en mi casa bombillas japonesas de antes de la guerra; una duró 19 años y otra 22. Hay soluciones tecnológicas, pero esta cultura está basada en el despilfarro. En la ONU señalábamos problemas que rompían los ojos y se mantienen hoy”.
NO HAY CRISIS ECOLÓGICA, ES POLÍTICA
Uno de esos problemas es el del medio ambiente. Pero el veterano analista tiene una visión diferente a la que impera en discursos y foros oficiales.
“Para mí no hay crisis ecológica, sino una crisis política que ambienta la crisis ecológica porque hace más de 30 años sabemos lo que pasa y hace más de 30 años sabemos lo que hay que hacer y no lo hacemos”.
Por lo tanto no hay falencia científica, sino política y esto no tiene disimulo, señala y me apunta como si fuera a lanzar un dardo al centro del asunto.
“Hay en primer término una voluntad y responsabilidad de las grandes potencias, empezando por Estados Unidos porque nos metieron en el curso de un tipo de civilización que parece no tener límites.
“Como tal, parece que tiene que seguir creciendo y creciendo a costa de un desarrollo y es una formidable mentira”.
HUMANIDAD SOBRANTE
Pepe Mujica acaba de regresar de Argentina, donde la Universidad de San Luis lo reconoció como Doctor Honoris Causa. La maleta del viaje sigue junto a la puerta sin deshacer. Allá habló de estos temas, comenta, y vuelve a la carga:
Si ocho mil millones de personas van a vivir como vive un estadounidense promedio, con el grado de despilfarro que se malgastan en este mundo, necesitaríamos tres planetas por lo menos para mantenerlo, apostilla.
“Quiere decir, esta civilización es una mentira que significa lo siguiente: va a quedar una humanidad sobrante y otra desarrollada dueña del uso y abuso, y que los otros vivan como puedan.
“Un enorme paredón indeleble va a separar probablemente a la humanidad en el futuro porque estas condiciones se perpetúan. Creo que en ese discurso en la ONU me quedé corto”.
EL CIEMPIÉS
Y lo justifica por la prevaleciente desigualdad que califica de azote atroz. «La quieren vincular con que la humanidad hoy goza de adelantos que antes no tenía. Nos quieren confundir porque la idea de pobreza y de riqueza es histórica y social. No se puede comparar una época con otra», consigna y argumenta:
“Un faraón egipcio debía ser alguien muy rico o muy poderoso para tener miles de esclavos que le construían una inmensa tumba durante más de 20 años. Pero no podía tener una heladera.
“Y es muy probable que en una ciudad como Nueva York haya pobres que tengan un auto en la puerta, un televisor y una heladera, pero sigue siendo pobre en el contexto de su tiempo y en su sociedad.
“Nuestro mundo ve una concentración de la riqueza y un aumento constante y determinante de la desigualdad. Lo lamentable es que con el avance científico y tecnológico exista tanta gente que la pase tan mal, mientras otros hacen un grado de despilfarro que duele”.
Volvemos a lo que mi entrevistado defiende como la sobriedad y contrasta con lo que, aunque injusto, pareciera cotidiano. Menciona contratos millonarios de técnicos y jugadores de fútbol que suman el valor de horas de bombeo de petróleo en Qatar.
“Y después, un par de viejos que pagan una fortuna para mirar la Tierra cinco minutos desde el espacio, no alcanzan a ver pueblos que pasan hambre y a una mujer africana que camina kilómetros por dos baldes de agua”.
“Mi pequeño país tiene tres y medio millones de habitantes e importa entre 25 y 30 millones de zapatos, ni que fuéramos ciempiés”.
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