En 2012 la población tanzana era de 44 millones 900 mil habitantes, pero en los 10 años transcurridos desde entonces, en silencio, como ocurren estas cosas, los tanzanos se encargaron de llevarla a más de 60 millones, sendos aumentos de más de 16 millones de bebés a un ritmo, nunca mejor dicho, de 3,2 por ciento anual.
Eso sin contar los fallecimientos, que sumarían otra cantidad sustantiva a los nuevos ciudadanos de este país del oriente africano con costas al océano Índico.
La preocupación de la mandataria por el tema fue evidente cuando afirmó, al revelar los resultados del reciente censo, que “es necesaria mayor eficiencia para enfrentar estos números y los retos que implican”.
En esa cuerda la presidenta afirmó que el aumento demográfico “es una carga cuando de asignar recursos y prestar servicios sociales se trata” y a seguidas instó a comenzar a preparar proyectos de desarrollo y diseñar “las reformas necesarias a nuestras políticas”.
Con las nuevas cifras esta ciudad, capital económica de Tanzania, se suma a otras dos de África subsahariana que albergan más de 10 millones de habitantes, a saber Kinshasa, capital de la República Democrática del Congo, y Lagos; El Cairo, en el norte del continente, cuenta unos 13 millones.
La señora Suluhu, sin embargo, cometió un desliz cuando afirmó que “tal población no debe ser gran cosa para un país grande como el nuestro”, en referencia a la extensión territorial de Tanzania, 97 mil 430 kilómetros cuadrados, con la inclusión de Zanzíbar.
A todas luces la jefa de Estado buscó tranquilizar a los tanzanos, pero, al mismo tiempo, y sin proponérselo, puede haber sembrado entre la población la idea de que aún hay tierra para más gente y, así, alentar el fervor reproductivo de los tanzanos.
Algo innecesario según los resultados de la última década.
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