El arte en las que se reflejaron aquellas deidades fue probablemente la principal forma de preservarlas y de que llegaran a nuestros días esas culturas milenarias que los colonialistas despreciaron e intentaron destrozar.
La doctrina del Dios único, monoteísta, no pudo arrasar con el politeísmo secular que los sacerdotes hispánicos encontraron en estas tierras, aunque la Iglesia católica de alguna manera aceptó un sincretismo, el cual era rebelde en su esencia ante las ideas religiosas y filosóficas europeas.
Lo grandioso del mundo maya es que, a lo largo de los siglos y sobre las ruinas de sus sociedades y formas de vida, resistió los embates, la discriminación y el saqueo colonial, algo que no sucedió en otros lugares conquistados de Sudamérica y el Caribe.
Su panteón de dioses y diosas—entre las más de 250 deidades adoradas había de ambos sexos—está casi intacto. Aunque con sus deformaciones y limitaciones, el texto religioso maya Popol Vuh sobrevivió a la quema de los españoles para brindar a los historiadores una comprensión de esa galería.
Los códices de Madrid y de Dresde, dos de los libros mayas precolombinos que datan del 900-1550 d.C., también se salvaron de esa destrucción masiva intencionada que, de forma tan demente e irracional, protagonizó la Iglesia católica.
Esos dioses controlaban el clima, la cosecha, presidían cada nacimiento y estaban presentes en la muerte. La forma en que se planificaron las ciudades y la precisión con la que se construyeron los templos centrales estaba relacionada con el camino de las deidades.
Muchos de ellos han llegado hasta nuestros días y todavía se adoran en las 68 etnias sobrevivientes.
Precisamente, en estos días se inauguróen el Museo Metropolitano de Arte de Nueva York la exposición “Las vidas de los dioses: la divinidad en el arte maya”, con el aporte de una veintena de figuras prestadas por México.
(Tomado de Orbe)