Su batalla contra el cáncer que padecía fue como los finales de sus juegos, y a pesar de que durante un tiempo bastante largo pudo sortear al guardameta de la oscuridad, en su último penalti atrapó la bola ante la mirada atónita de millones en todos los continentes que rompieron en lágrimas al unísono.
Se fue el más grande de todos, el primero en la corta lista de los escogidos, un día 29, como aquel de 1958 pero de junio, cuando en la lejana y fría Suecia, el mundo abrió desmesuradamente los ojos, asombrado y estupefacto, con aquel muchacho de 17 años que por dos ocasiones incrustó con inusitada fuerza el balón en las redes del estadio Solna para dar a Brasil el primer título mundial.
Aquí se admira de manera infinita a Maradona porque México fue el lugar donde “la mano de Dios” lo elevó a la cumbre, y se adora al nuevo grande del balón, Lionel Messi, con su última demostración en Qatar, pero Pelé es quien está en el pináculo del olimpo y no hay quien lo baje de allí.
En México el pueblo le estuvo pidiendo a la Virgen de Guadalupe que impidiera la llegada del conocido y aborrecible intruso de las tinieblas, o al menos que se entretuviera en el camino y tardara en aparecerse a su cama hospitalaria en Sao Paulo donde estaba rodeado de sus hijos, pero la ley de la vida es irrevocable.
Queda el gran consuelo de que Pelé vivió lo suficiente -82 años- para ver y compartir su obra en Brasil y en el mundo, encarnada en jugadores de mucha talla, como Neymar, admirar a quienes también fueron sus ídolos como él lo fue del Pibe y La Pulga, y pudo disfrutar, a pesar de su precaria salud, el angustioso final del último mundial.
Quedan para la historia, como memoria eterna en libro sagrado, sus atributos de rey: la velocidad de sus remates, los increíbles y juguetones dribles, la técnica más depurada en el manejo y pateo del balón, su habilidad de pies como si fuesen manos, los potentes cabezazos que no hicieran mella en un cerebro privilegiado y firme que jamás perdió las coordenadas del juego, y su derecho de autor como creador de un fútbol nuevo, alegre, de dientes afuera y ritmo de samba.
El panteón de los inmortales, como en las fábulas o cuentos de hadas, lo recibe hoy con la gloria merecida que soñó aquel niñito nacido en Tres Coraçoes, estado de Minas Gerais, o cuando descalzo vendía cacahuetes en las calles de Bauru, en Sao Paulo, donde pateaba piedras como balón, hasta que el Santos dio con él, o a la inversa, con apenas 16 años y ya era un genio.
México le rinde este triste jueves 29 de diciembre de 2022, tributo y gloria, lo llora, pero al mismo tiempo lo vive más que nunca, como sucede con los grandes héroes.
lam/lma