Viuda de Carlos Maristany, uno de los primeros embajadores de la Revolución cubana en Europa a pesar de haber sido ministro del expresidente Carlos Prío Socarrás, derrotado por el golpe de Estado de Fulgencio Batista el 10 de marzo de 1952, nunca abandonó su fidelidad a Cuba y a Fidel en sus 99 años de fecunda existencia.
Su aporte en el rescate de la memoria histórica de la gesta revolucionaria en México desde su trabajo de años en la sección cultural de la embajada y al frente de la biblioteca Fayad Jamís, es muy valorado sobre todo en cuanto a la preservación y divulgación del patrimonio documental cubano y este país.
Por ese y otros muchos motivos, la sede diplomática en la que se mantiene su huella de amor y trabajo, expresó sus más profundas condolencias por el fallecimiento, destacó su papel en la adquisición del yate Granma, y el embajador Marcos Rodríguez, a nombre del gobierno y el pueblo de la isla, le rindió homenaje en la funeraria donde fue velada.
El último viaje a su patria lo realizó en marzo de 2015 a los 92 años cuando la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) le entregó de manos de Miguel Barnet un Diploma de Honor.
El vínculo de Julieta con la epopeya de la adquisición del Granma está relacionado con el riesgo que corrieron ella y Maristany para traer desde Miami el dinero que el Movimiento 26 de Julio debía enviar para la compra de la embarcación, y cómo por la antigua relación con Prío, se pudo lograr que este hiciera un aporte.
En las Memorias de Antonio del Conde, El Cuate, se recogen aspectos de aquella odisea histórica.
Según escribe en su libro, Fidel le confió que Prío no quería dar colaboración económica al Movimiento pues no tenía garantía de que la expedición saldría, y lo mandó junto con Juan Manuel Márquez a Miami para entrevistarse con él, lo cual hicieron en un hotel de su propiedad, y allí mismo entregó el dinero, para su sorpresa.
Aunque en su libro no da detalles de cómo Julieta y Carlos trasladaron el dinero a México (el Cuate era buscado por la policía mexicana pero no lo apresaron porque desconocían quién era él, según cuenta), ese dinero le permitió salir a comprar el Granma, una embarcación que ya tenía ese nombre, totalmente destartalada propiedad de la familia estadounidense Erickson, surta en Santiago de la Peña, en Tuxpan.
Cuando se lo enseñó a Fidel, el Comandante en jefe le dijo: “si usted me arregla ese barco, en ese barco me voy a Cuba”, y dice en el libro que enseguida empezó a trabajar arduamente en su reparación.
Poco después, cuando ya estaba reflotado y acarreaba armas para la guerra necesaria, Fidel volvió a decirles a los futuros expedicionarios: “Si el Cuate no me falla, salgo… Si salgo, llego… Si llego y duro 72 horas, triunfo”.
“Yo creo, escribe el Cuate, que no fue una sentencia, fue una meta fijada que sería alcanzada irremediablemente, como tantas metas que se fijó a lo largo de los años. Pero para mí lo que tuve encima fue el mundo entero”
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