El hecho, cometido hace 24 años, tuvo como objetivo inicial las ciudades de Belgrado, Pristina, Novi Sad y Podgorica; incluyó, además, instituciones civiles como la Radio Televisión Serbia y determinó la muerte de, al menos, mil 200 personas, aunque las cifras no son concluyentes.
De acuerdo con Lester Pilarte, analista nicaragüense del Centro Regional de Estudios Internacionales, aquellas acciones, extendidas durante 78 días, “representaron el abuso de poder, en el plano internacional, de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)”.
En declaraciones exclusivas a Prensa Latina, el experto señaló que la alianza atlántica utilizó aquel acto bélico para “demostrarle al mundo su músculo político y militar, y la inexistencia de un adversario capaz de destruirla”.
Durante casi tres meses, sobre parte de la república exsocialista arrojaron nueve mil 160 toneladas de bombas, algunas de ellas contenían uranio empobrecido con efectos nocivos inestimables para el medio ambiente y la salud de las personas afectadas.
Todo ello, “sin la autorización del Consejo de Seguridad de la ONU; después de esa decisión violatoria de la Carta de las Naciones Unidas, no existiría respeto alguno por el derecho internacional a nivel planetario”, refirió Pilarte.
Peor aún, si tenemos en cuenta la sentencia del Tribunal de Nuremberg contra el nazismo, emitida el 30 de septiembre de 1946, según la cual: “iniciar una guerra de agresión, en consecuencia, no solo es un crimen internacional, sino que es un crimen internacional supremo”.
Es decir, mientras el bloque militar pretendía la justificación de su presencia con el ataque sobre Yugoslavia, la reputación de la ONU enfrentó graves consecuencias e, incluso, algunos la consideraron como una organización de la cual se podría prescindir.
PRETEXTOS PARA EL BOMBARDEO
Las justificaciones sobre aquella ofensiva fueron ampliamente cuestionadas, una de ellas, se refería al supuesto freno a una limpieza étnica en la provincia de Kosovo, pues presumiblemente las autoridades militares yugoslavas diseñaron un plan con este propósito.
“Esta incursión acentuó las rivalidades entre las distintas etnias, fragmentación de nacionalidades y profundización de diferencias religiosas; así como, la destrucción de emblemas culturales y patrimoniales del país”, explicó a Prensa Latina el analista nicaragüense Bolívar Téllez.
Las naciones miembros de la OTAN también refirieron la negativa del ejecutivo yugoslavo a la firma de los acuerdos de Rambouillet, que exigían, entre otras cuestiones, la presencia de 30 mil soldados del bloque en su territorio, con la garantía de permiso de tránsito e inmunidad.
Ello, consideraron, determinó como única opción la ocurrencia de las agresiones, pues, a su juicio, el político Slobodan Milosevic, presidente desde 1997 hasta el año 2000, “no entendía otro lenguaje que el de la fuerza”.
Para Téllez, “la OTAN quiso dar como ejemplo que el mundo dejó de ser bipolar, tras el colapso de la URSS, y la preponderancia de una sola visión ideológica; no resolvieron el conflicto interno, generaron más confusión, odio, exacerbó los ánimos y aceleró la desintegración”.
Además, el bloque consolidó su papel al servicio de las élites de Estados Unidos y Europa, “trasciende como los policías del escenario occidental, ante la ausencia de la Unión Soviética, su muro de contención, y el Pacto de Varsovia”.
En este sentido, Pilarte subrayó que la alianza atlántica no tiene práctica en la resolución de los conflictos o problemas globales por medio de convenios o diálogos, “la única experiencia son las invasiones a Irak, Libia, Afganistán, Yemen y Siria”.
UN MENSAJE PARA RUSIA
Algunos autores subrayaron que el plan de la OTAN fue, asimismo, la marginación de Rusia de la competencia económica y política en el orbe y el envío de una señal de advertencia para China.
Por ello, según Téllez, la OTAN redireccionó su mirada hacia las principales rutas de comercio y transferencia de materias primas hacia Asia Central, “por ahí circulan, además, gran cantidad de drogas, hay blanqueo de dinero y trata de personas”.
Otros apuntan que, el ataque a Yugoslavia extendía el dominio del grupo militar en la zona, con énfasis en Polonia, Hungría, República Checa, Grecia y Türkiye, tras lo cual cumplían dos objetivos: rodear a Moscú y establecer un puente entre los dos continentes.
Todo eso, insistió el analista, con el apoyo de medios de difusión de las naciones invasoras y a partir de una campaña manipuladora, con la cual crearon la sensación de que una masacre en Kosovo era inminente y el uso de la fuerza constituía la única manera de detenerla.
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