Jose Luis Fiori*, colaborador de Prensa Latina
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(“Poco después del 11 de septiembre de 2001, me hice conocido como un ‘neoconservador’ que puso los derechos humanos y la promoción de la democracia al frente de la política exterior de los Estados Unidos… (pero) hoy, soy mucho más consciente que antes de las limitaciones del poder y, por tanto, mucho más escéptico ante los llamamientos a promover la democracia en China, Egipto, Irán, etc. Sobre todo, Estados Unidos debe ser más cuidadoso con el uso de su poderío militar que en los vertiginosos días del “momento unipolar”.
Boot, M. What the Neocons Got Wrong. And How the Iraq War Taught Me About the Limits of American Power. Foreign Affairs Today, March 10, 2023)
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Y, así, después de derrotar y destruir Iraq, Estados Unidos perdió el control político del país frente a Irán, su principal competidor y adversario en el Medio Oriente. Posteriormente, sufrió sucesivos reveses en sus invasiones y “guerras interminables” en Afganistán, Libia, Siria y Yemen, y en su intento fallido de aislar y asfixiar la economía iraní.
Ahora, Washington se ve envuelto en una nueva guerra, en territorio de Ucrania, sin poder definir claramente cuáles son sus objetivos en este conflicto, ni tienen la menor posibilidad de lograr una victoria definitiva en el campo de batalla sin pasar por una guerra directa con el mayor poder atómico en el planeta.
Aun así, hay muchos analistas que creen que Estados Unidos ha logrado una victoria estratégica en Ucrania al eliminar asperezas y fortalecer sus lazos militares con la Unión Europea, con los “pueblos de habla inglesa” y con algunos aliados asiáticos tradicionales. No se tuvo en cuenta, sin embargo, que el “bloque” formado por Estados Unidos y sus satélites y protectorados militares ha existido siempre, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, y que ninguno de estos países- empezando por Alemania, Italia y Japón- dejó de estar ocupado por bases norteamericanas y se transformaron en “protectorados atómicos” de Estados Unidos.
Tampoco se advirtió que el aumento de la convergencia militar de estos países, liderados por el G7, se ha convertido en la contracara de su creciente aislamiento en relación con el resto del mundo euroasiático, africano y latinoamericano.
Basta observar el apoyo cada vez menor que reciben de estos países en su intento de cercar, aislar y asfixiar económicamente a sus enemigos, en particular Irán, Rusia e incluso China, desde el punto de vista de la guerra comercial y tecnológica que se ha desatado desde la administración de Donald Trump.
No es de extrañar, por tanto, el aumento de la agresividad retórica, diplomática e ideológica de Estados Unidos y sus satélites, que han adoptado una postura cada vez más militarista, incluso sin evaluar las consecuencias últimas de esta reacción casi irracional ante la pérdida del poder global que han ejercido durante los últimos 300 años. Como si los países del “Atlántico Norte” y sus pequeños satélites asiáticos estuvieran perdiendo el rumbo y el sentido mismo del absurdo de algunas de sus iniciativas absolutamente destempladas y casi ridículas, desde el punto de vista de su disputa global.
Empezando por la visita a Taiwán, de la presidenta del Congreso, Nancy Pelosi, que lo hizo de manera absolutamente temperamental y juvenil, sin tomar en cuenta sus consecuencias a mediano y largo plazos, lo que terminó por consolidar y cristalizar el reclamo y poder de China sobre su “isla rebelde” creada con apoyo militar estadounidense en 1946.
Después, los destemplados discursos de las autoridades estadounidenses y europeas quedan absolutamente “poseídos” por una “rusofobia” similar a varias otras que han tenido en el pasado, como si Europa no pudiera permanecer unida sin la satanización de un enemigo externo, como son los islamistas, los comunistas y los propios judíos.
Para no mencionar episodios casi ridículos, como el delirante caso de la “guerra de los globos” iniciada y pronto acabada por un gobierno de Joe Biden completamente desorientado. O la “orden de arresto” emitida contra el presidente de Rusia por una institución creada por los europeos y completamente desmoralizada y deslegitimada por los propios estadounidenses.
O incluso, y más irresponsablemente, el envío de un dron militar a la zona de guerra rusa, en Crimea, acabando con el choque y pérdida de equipos derribados por aviones rusos sin ningún tipo de respuesta ni continuidad, caracterizando una iniciativa totalmente irreflexiva por parte de Washington.
Todo ello estuvo acompañado de un lenguaje cada vez más agresivo y destemplado, que ya ha comenzado a ser utilizado por los dos «terroristas suicidas» que comandaron la política exterior de Donald Trump, Mike Pompeo y John Bolton, el mismo que sigue siendo utilizado por los dos “misioneros liberales-internacionalistas” que comandan la política exterior de Biden, Anthony Blinken y Jack Sullivan –con la diferencia fundamental de que los dos demócratas ven el mundo como una lucha entre el “bien” y el “mal”, y se consideran claramente representantes del “bien”, con la misión de convertir el mundo a su tabla de valores.
El problema es que, detrás de estos “errores” más visibles, se han sumado una serie de errores de cálculo y de concepción estratégica a más largo plazo, que están llevando a Estados Unidos y sus satélites, progresivamente, a un “callejón sin salida”.
El primero de ellos, más directamente ligado al inicio de la guerra, fue la negativa a negociar, de forma discreta y diplomática, la neutralización de Ucrania y la construcción de un nuevo mapa de seguridad y equilibrio estratégico a largo plazo en Europa. Y el segundo error, que fue consecuencia inmediata del primero, fue boicotear las negociaciones de paz que estaban en marcha entre Rusia y Ucrania en la primera semana de las acciones, apostando al éxito de la guerra económica que ya estaba planeada y que sería desatada inmediatamente por los países del G7 contra Rusia.
Dos decisiones cruciales y dos errores de cálculo estratégicos –como demostrará la historia– que fueron guiados por la misma visión estratégica de los “misioneros de Biden” que, desde el inicio del gobierno demócrata, han estado tratando de dividir y polarizar al mundo, forzando una nueva Guerra Fría entre países democráticos y países autocráticos, definida de manera “autocrática” y unilateral por los propios Estados Unidos.
Estas dos decisiones estaban respaldadas por la misma certeza de que Estados Unidos y sus satélites podrían imponer una derrota inmediata y humillante a Rusia, con el estrangulamiento de su economía nacional, a través de un paquete de sanciones económicas de dimensiones desconocidas, involucrando el bloqueo europeo de comercio de petróleo y gas ruso, la congelación y expropiación de las reservas y activos rusos depositados en los bancos del G7 y, finalmente, mediante la suspensión de todas las relaciones financieras de la economía rusa con estos mismos países y todos los demás que puedan respaldar las sanciones ordenadas globalmente por norteamericanos y europeos.
En ambos casos, sin embargo, parece que Estados Unidos y sus satélites se han equivocado gravemente.
Primero, porque la mayoría de los estados del sistema internacional se han mostrado extremadamente reacios a entrar en una nueva Guerra Fría, y se han resistido resueltamente a tomar partido en el conflicto de Ucrania, negándose a apoyar las sanciones económicas aplicadas por estadounidenses y europeos contra Rusia. De los 193 países con asiento en la ONU, solo 47 apoyaron estas sanciones, muchas de las cuales son absolutamente insignificantes, como es el caso de Andorra, Mónaco, Islandia, Liechtenstein, Micronesia, San Marino o Macedonia del Norte, entre otros.
En segundo lugar, investigaciones recientes realizadas por universidades europeas y norteamericanas han indicado que la mayoría de la población mundial que vive fuera de los países que conforman la coalición minoritaria de Estados Unidos y sus satélites europeos y asiáticos no ven el mundo como ellos lo ven, no apoyan la guerra ni las sanciones económicas aplicadas a Rusia, no se consideran menos democráticos que los estadounidenses y los europeos, y sostienen que la “coalición occidental” está involucrada en el conflicto de Ucrania en defensa de sus intereses geopolíticos, y no en defensa de valores o derechos humanos supuestamente universales.
Pero lo peor, desde el punto de vista euro-americano, es que tras estos errores iniciales de apreciación, la guerra económica “devastadora” desatada contra Rusia no tuvo éxito, o al menos no alcanzó sus objetivos. No logró estrangular instantáneamente la capacidad financiera de los rusos para sostener su ofensiva en Ucrania, ni tuvo los impactos esperados en el funcionamiento interno de la economía rusa, que logró sortear el cerco comercial y financiero abriendo nuevos mercados, rediseñando su estrategia económica nacional y alcanzar, en 2023, según el FMI, un crecimiento económico positivo.
En este sentido, los estrategas norteamericanos y europeos se equivocaron una vez más, porque sus sanciones financieras y su bloqueo comercial contra Rusia acabaron teniendo un efecto absolutamente destructivo sobre las economías europeas, que se enfrentan a una desindustrialización acelerada -como es el caso de Alemania- o una desintegración social y política -como se está viendo en Francia y en la propia Inglaterra, cuyas previsiones apuntan a que para 2030 ya puede haberse convertido en un país con una renta per cápita inferior a la de Polonia, que hasta hoy era proveedor de mano de obra barata a la economía británica.
En parte, por el Brexit, es cierto, y en parte por su implicación cada vez más agresiva en la escalada europea contra Rusia. Las crisis y la desintegración económica y social, provocadas en última instancia por las sanciones económicas que cortaron la energía barata de Europa, redujeron la competitividad de sus economías y golpearon de frente los salarios de la población, a través de la inflación y el aumento de los costos de la energía y los alimentos.
Vasos comunicantes que también están actuando en la actual crisis financiera de los bancos norteamericanos y europeos, presionados por el aumento de la inflación y de los tipos de interés, y también por la pérdida de credibilidad de sus bonos públicos, tras la congelación y expropiación de las reservas e inversiones rusas.
En resumen: desde todo punto de vista que uno mire la evolución de la situación internacional, lo que se ve es que el bloque formado por Estados Unidos y sus satélites está cada vez más aislado, más agresivo y sin salida.
El gobierno de Joe Biden es incapaz de definir claramente el objetivo de su participación cada vez más directa en la Guerra de Ucrania. ¿Qué tan lejos quiere ir? ¿Cuáles son sus expectativas y posibilidades más allá de la publicidad? Y lo mismo puede decirse de su política cada vez más agresiva hacia China: ¿cuáles son sus objetivos y hasta dónde están dispuestos a llegar en su disputa por el Mar Meridional de China y en su defensa de Taiwán, enfrentando, en este caso, divisiones y fracturas dentro del propio bloque euro-americano?
A estas incertidumbres y a la progresiva pérdida de rumbo de la política exterior estadounidense se suma un aumento de la división y polarización cada vez más agresiva de la propia política interior estadounidense, que no permite ningún tipo de previsión a largo plazo que no sea la agresividad conjunta de los dos partidos estadounidenses contra China.
Al mismo tiempo, es precisamente en este punto donde los norteamericanos han venido sufriendo sus mayores reveses, y demostrando la mayor incomprensión de los hechos, dejándolos con un llamado cada vez más explícito a su poderío militar.
Se trata casi de amenazas, el anuncio de nuevas armas, un aumento significativo del presupuesto militar para 2023, un cheque en blanco para la guerra de Ucrania y la reactivación de viejas alianzas, como en el caso de la iniciativa AUKUS, con el Reino Unido y Australia, miembros incondicionales de la antigua «familia colonial de habla inglesa». Tal obsesión militarista puede ser la razón por la que Estados Unidos no supo anticipar ni vaticinar la que sin duda fue su mayor derrota diplomática desde la “crisis de los rehenes” en la embajada estadounidense en Teherán, en 1979: el anuncio, en la ciudad de Beijing, el pasado 15 de marzo del acuerdo negociado por China sobre la pacificación de las relaciones entre Irán y Arabia Saudita, y el próximo restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre los dos países, junto con su compromiso mutuo de defender el principio de soberanía nacional.
En la década de 1950, Estados Unidos construyó su esquema de poder en el Medio Oriente con el apoyo de Irán, Arabia Saudita e Israel. En 1979, perdió Irán y ahora está perdiendo Arabia Saudita. En otras palabras, el acuerdo negociado por China aleja a Estados Unidos de Oriente Medio y anuncia la llegada de la influencia china sin ninguna nueva guerra, al contrario, a través de la diplomacia de paz, que se suma al Plan de Paz de 12 puntos presentado por China para los gobiernos de Rusia y Ucrania, y también a los gobiernos de los demás países directamente involucrados en esa guerra, comenzando por Estados Unidos.
Las iniciativas diplomáticas de China en Asia, Europa, África y América Latina anticiparon el anuncio del presidente chino, Xi Jinping, de su Global Civilization Initiative, el proyecto de paz universal más ambicioso jamás presentado a los pueblos del mundo por una gran potencia y una gran civilización.
Poniendo todo junto, además de la lucha interna que hoy divide a la sociedad estadounidense, se puede entender mejor cómo Estados Unidos perdió su plomada, y hoy es la mayor amenaza para la paz mundial, porque percibe la pérdida de su liderazgo mundial y todavía se siente amenazado por una lucha interna cada vez más violenta.
En este momento, se puede esperar cualquier tipo de locura por parte del gobierno estadounidense y sus satélites europeos, que también están cada vez más acorralados y sin ningún tipo de proyecto nuevo para el sistema mundial que no sea retirarse disparando.
jl/jlf
*Investigador y ensayista brasileño, profesor de economía política internacional y autor de varios libros sobre geopolítica.
(Tomado de Firmas Selectas)