Héctor Vargas Haya*, colaborador de Prensa Latina
En el acta de 13 de marzo de 1990 se revela la humillante actuación del “alto mando” de las Fuerzas Armadas y 400 jefes y oficiales, que en repugnante escena presidida por Vladimiro Montesinos, desfilaron disciplinadamente, sin dudas ni murmuraciones, para firmar el acta de adhesión y sumisión a la autocracia de la década 1990-2000.
En el estrado figuran Montesinos y los generales y almirantes Carlos Tubino, Julio Salazar Monroe, José Villanueva Ruesta, César Saucedo Sánchez, Elisbán Bello Vásquez, Humberto Rosas Bencelli, Fernando Dianderas Ottone.
Luego aparece la larga fila de militares, encabezada por generales y almirantes, entre ellos, los jefes J. Venero, Victor Malca Villanueva, Hermosa Ríos, Jorge Camet, Luis Guiampietri, José Huerta, Wilmer Calle Rendón, Carlos Tafur Ganoza, Pablo Carbone Ormeño, Armando Santisteban de la Flor, Elmer Calle, Carlos Tubino y otros, integrantes del alto mando castrense, en cuyas manos se hallaba la “defensa de la soberanía nacional”, pero aquella vez, era la “soberanía” de la más siniestra red de corrupción y crimen.
Cuesta creer lo que en las páginas de aquel histórico volumen se refiere y retrata fielmente, la práctica de las más inimaginables acciones criminales de una dupla, que tuvo la habilidad de anestesiar a los más altos mandos de las instituciones armadas, cuyos integrantes, con alguna excepción, como la del gallardo general Jaime Salinas Sedó, quien, en una patriótica actitud de decencia, el 13 de noviembre de 1992 encabezó un contragolpe contra la autocracia de Fujimori con el fin de retornar a la civilizada vida democrática, pero terminó perseguido y encarcelado junto con otros pocos patriotas.
Como siempre, en esta sufrida República, vencieron los inmorales y los ladrones, los que, demostrando sumisa vocación y capacidad de piaras, y, en señal de sometimiento, permitieron que el denominado “pentagonito”, así bautizada la sede central de las FF.AA., fuese convertido en sede de las operaciones de Montesinos; en ella despachaba y celebraba reuniones con sobornados militares, parlamentarios, jueces, empresarios, propietarios de medios de comunicación. Unas diez cajas fuertes guardaban fuertes volúmenes de billetes de dólares con los que pagaba a sus víctimas complacientes.
La pregunta de rigor es sin duda ¿Cuál fue el origen de los millones que repartía? No se debe olvidar que, Fujimori, manu militari, había procedido, in pectore y fríamente, a la enajenación del patrimonio nacional, es decir la venta subvaluada de 238 empresas del Estado, de cuyo importe de nueve mil millones de dólares, sólo ingresaron al Erario, seis mil millones, sin que a nadie se le ocurriera pedirle cuentas y conocer el destino de los tres mil millones restantes, que sin duda fue la fuente para los múltiples latrocinios de la siniestra dupla.
Montesinos, sujeto de una gran inteligencia y habilidad, pero para el mal, tuvo un poder increíble dentro de la Fuerza Armada, a la que, dicho de paso, la conocía perfectamente, pues había sido integrante del Ejército, llegó al grado de capitán y renunció, según pregonaba, decepcionado. Conocía entonces, perfectamente, la conducta de aquellos a quienes con gran facilidad llegó a dominarlos.
Una sensacional obra bibliográfica, meticulosamente redactada, best seller de las escritoras británicas: Sally Bowen y Jane Holligan. Título de la obra: “El Espía Imperfecto”, relata con lujo de detalles, la siniestra historia que permanecía inédita y para cuya exitosa publicación recibieron la colaboración del Fund for Investigative Journalism, Washington D.C. Se trata del más completo y minucioso relato de tan siniestra telaraña tejida por una mafia de la que increíblemente, a modo de fatal herencia, se ha derivado en una denominada organización “política criminal”, que engatusa a seguidores, aparentemente incondicionales, fenómeno que no se da en ningún lugar del Universo.
Algo que merece ser examinado es la calculada actitud de Montesinos, es su esmerada vocación de registrar, meticulosamente, en grabaciones, fotografías y pantallas de televisión, los sobornos y las imágenes, nombres y apellidos de venales impostores, de todas las categorías: políticos, jueces, brodcasters, empresarios, jefes militares, generales y marinos, integrantes de la fauna delincuencial que se embolsaban fajos de billetes de dólares, creyendo alegremente que procedían, como estilaban, en el consabido secreto de Estado. No contaban con la astucia del capo corruptor, que a tiempo de simularles amistad, adoptara minuciosas precauciones dejando testimonios sobre los tránsfugas de la moral, bazofias con pergaminos, diplomas, grados y alcurnias falsificadas, en una sociedad en la que la delincuencia se hallaba institucionalizada.
Fue el siniestro FUJIMORISMO, vocablo que bien podría ser incluido en el Diccionario de la Lengua Española, como sinónimo de genocidio, robo, exacción al Erario, prepotencia y magia diabólica capaz de haber sometido a sus designios a los más altos mandos de la Instituciones Armadas. Así como las voces “cantinflesca o cantinflada”, que significan expresiones desordenadas, ininteligibles y confusas, ya se hallan incluidas en el Diccionario de la Lengua Española, dentro de poco una nueva acepción podría ser la voz: “FUJIMORISMO”, que significa delincuencia, genocidio, corrupción, criminalidad, lacras sociales e identifican a una de las más nefastas etapas políticas del Perú, década de 1990-2000, en la que se hizo escarnio a la sociedad peruana, mediante prácticas de socavamiento de la sociedad: robo, enriquecimientos ilícitos con exacciones al Erario,
Crimen, asesinatos de estudiantes, alumnos, profesores, funcionarios, ciudadanos inocentes, bajo supuestas sospechas de imaginarios atentados con el siniestro propósito de exterminar a todos los que el fujimorato consideraba adversarios o “enemigos”, habiéndose llegado hasta el masivo crimen de esterilización de miles de indefensas mujeres.
rmh/hvh
*Político, periodista y profesor universitario peruano
(Tomado de Firmas Selectas)