viernes 22 de noviembre de 2024

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Carta al pueblo estadounidense

Ciudad de Guatemala (Prensa Latina) Se dice, citando equivocadamente a Maquiavelo, que “Los pueblos tienen los gobiernos que se merecen” (expresión atribuida incorrectamente al pensador italiano, que en verdad pertenece al francés Joseph-Marie, conde de Maistre).

Marcelo Colussi*, colaborador de Prensa Latina

La frase levanta las más enconadas reacciones, pero debe ser contextualizada, pues conlleva una verdad: la clase política es una expresión de la dinámica social. No es que, en tanto pueblo, nos merezcamos autoridades “corruptas y ladronas”, o “psicópatas asesinos que decretan invasiones por doquier”. Sucede, en todo caso, que los políticos profesionales que supuestamente representan a las grandes mayorías son una expresión -¿un síntoma?- de cómo funciona la sociedad en su base.

¿Y cómo funciona la sociedad estadounidense? Desde hace ya un par de siglos, acrecentándose en forma exponencial en el XX, se ha sentido detentadora de un presunto “destino manifiesto”. Si sus ancestros, europeos que cruzaron el Atlántico buscando esa “tierra de promisión”, eran racistas convencidos de la supremacía de la “raza” blanca, el producto forjado en América del Norte llevó ese hegemonismo a niveles demenciales. Para un “verdadero” ciudadano de Estados Unidos, es decir un wasp (white, anglo saxon, protestant: blanco, anglosajón, protestante), lo único que cuenta es él. La población que no es así puede ser considerada -aunque no se diga en voz alta, porque no es políticamente correcto- casi como subhumana. Allí entran afrodescendientes, hispanos, pueblos originarios (los “pieles rojas”, hoy confinados a campos de concentración llamados “reservaciones”), orientales…, es decir: todos aquellos “especímenes” que se salen de la cuestionable “normalidad” de los triunfadores del mundo.

Sin lugar a dudas, la clase dominante del país- grandes banqueros, industriales, empresarios, en menor medida hacendados terratenientes- se sienten- ¡y son!- dueños de buena parte del mundo, son los “triunfadores”. Ese sentimiento se ha expandido por todo el pueblo, y sus gobernantes lo expresan en forma patética, invadiendo donde sea ya casi como deporte. “Somoza es un hijo de puta, pero es “nuestro” hijo de puta”, pudo decir un presidente suyo refiriéndose a un dictador centroamericano. Desde mediados del siglo XIX, después de haber masacrado a la población autóctona norteamericana y haber robado considerable parte de su territorio a México, con la ayuda de esclavos negros traídos del África más el trabajo tesonero de los puritanos que llegaron a la costa este del continente a “progresar”, imbuidos del espíritu lucrativo que insuflaba el naciente capitalismo europeo, se fue construyendo una clase dirigente centrada en el individualismo más egoísta. “Hacer dinero” era la consigna. La cosmovisión que la alentaba: “todo depende del esfuerzo personal”. En el marco de ese capitalismo que avanzaba victorioso, triunfar es sinónimo de acumular capital, generar ganancias, tener beneficios económicos.

Sin dudas, la clase empresarial norteamericana “triunfó”, no importando a qué costo, y en algunas décadas comenzó a sentirse poderosa. A inicios del siglo XIX ya se veía dominadora de una parte del mundo: Latinoamérica. De ahí la llamada Doctrina Monroe de 1823, donde el presidente homónimo pudo decir, poniendo un alto a los europeos en este continente: “América para los americanos”. Entendiéndose, claro está, para los americanos representados por Washington, los wasp, que ya comenzaban a vislumbrarse como potencia económica.

Esa clase se enriqueció cada vez más, enriqueciendo al país, es decir: a los trabajadores estadounidenses. El modelo capitalista que se fue imponiendo sirvió a buena parte de la población. El mismo sistema necesitaba consumir vorazmente para alimentar ese ciclo interminable de producir, consumir, renovar, volver a consumir, seguir produciendo más, etc. La obsolescencia programada fue la norma. La cultura que se fue generando es de consumir locamente, desenfrenadamente: todo se compra por docenas, se deshecha rápidamente. El deslumbramiento por lo nuevo y el desprecio por lo “pasado de moda” se impusieron. Todo, absolutamente todo, pasó a ser mercancía para consumir. Y a las y los trabajadores ni siquiera se les permitió festejar su día el 1° de mayo.

Ese pretendido “éxito” asienta en un esquema de sociedad bastante enfermizo, problemático. Si todo el mundo consumiera como lo hace la población estadounidense, en una semana se terminarían los recursos del planeta. Además, para asegurarse ese consumo, el país se siente con el derecho de pisotear a otros, invadirlos, saquearlos. “¿Por qué nos odian?”, se preguntaba inocentemente un presidente suyo. ¿Por qué será? El ciudadano típico de Estados Unidos, digamos ese personaje icónico que es Homero Simpson -perdón si alguien en Estados Unidos se siente ofendido con eso, pero creo que entienden lo que ello significa-, no es responsable de su forma de actuar. Es, en definitiva, producto de una muy aceitada maquinaria ideológico- cultural que premia el individualismo más extremo, fomentando un consumismo devastador y la despreocupación por lo que pasa fuera del propio metro cuadrado. Como este personaje caricaturesco, si tengo asegurada la refrigeradora llena de comida y cerveza, el vehículo estacionado frente a mi casa perfecta con un jardín perfecto, todos los enseres domésticos de moda y el juego de béisbol en la televisión, no hay nada más que pedir.

Ese paradigma se completa con la imagen que la clase dirigente forjó de lo que es un estadounidense, y que cada ciudadano repite sin mayor cuestionamiento: un “ser superior” que no necesita de nadie más, que va a la iglesia para ser “buena persona” pero que puede arreglar todo a los balazos -o a los bombazos- cuando el objetivo a atacar no es otro wasp “triunfador”. Si cada yanki es un Rambo todopoderoso en potencia, se entiende por qué cada persona que se enloquece -cada vez más frecuentemente, y siempre varones (¿vaqueros de las películas?)-, se siente ese ser superior que toma un arma y mata a mansalva a cualquiera. Además, hay armas hasta en la tienda de la esquina. ¿Qué piensan ustedes de eso? La segunda enmienda constitucional que permite que cualquiera se compre un fusil de guerra ¿es la libertad?

Toda esa construcción que se fue dando con el tiempo, favoreciendo a cada norteamericano en alguna medida- ahora, cada vez menos, porque está llegando la crisis y el empobrecimiento; ustedes lo saben, porque muchos perdieron empleo o vivienda-, y que beneficia en modo estratosférico a una élite ensoberbecida que en forma creciente hace negocio con la guerra y la especulación financiera, es una porquería. La idea de ser los “elegidos”, lo máximo que hay en planeta, es absurda. Si un presidente suyo pudo referirse a “países de mierda” de donde provienen migrantes, ¿no les parece que eso es una falta de respeto inconcebible, una violación a los derechos humanos?

¿Por qué esta carta? Reconociendo que no solo Homero Simpsons hay allí -también hay grandes científicos, artistas, pensadores, gente muy preparada y pensante, muchos Premios Nobel, gente que critica al sistema- el grueso de la población es llevada lentamente al matadero. Nadie tiene la culpa de ser un Homero Simpson más. Como todo es mercancía para vender, también las drogas lo son. Así, Estados Unidos es el principal consumidor de estupefacientes en el globo. Una tonelada y media de drogas ilegales ingresan a diario al país. ¿Dónde está el problema: en quien la produce o en quien la consume? Cada guerra que la clase dirigente inventa para su conveniencia-generando ganancias millonarias para los fabricantes de armas- necesita de ustedes para ir al frente. ¿No es hora de abrir los ojos y negarse a ir?

Hermanas/os de ese gran país: ¿no les parece que es hora de reaccionar? Los derechos humanos- invento occidental, por cierto- también se violan allí, quizá más que en ningún otro lado. ¿Qué decir del racismo si no?

El país se presenta como paladín de la democracia, pero tiene un enorme índice de abstención electoral, altísimo comparado con otros, y siempre el poder político se divide solo entre dos partidos, con un sistema ya anticuado y no fiable. ¿De qué democracia se habla? ¿Y libertad? Estados Unidos presenta el índice mundial más alto de población encarcelada (“curiosamente”, de mayoría negra). ¿Libertad? Bueno, hay una estatua muy famosa en el puerto de Nueva York alusiva al tema.

Trabajar horas y horas por día para consumir desaforadamente destruyendo el planeta, quedarse sentados viendo las guerras-siempre lejanas- por televisión, o terminar devorando drogas para soportar la crudeza de una vida supuestamente paradisíaca, pero que no lo es, es para empezar a reflexionar. ¿Están dispuestos/as a morir, o ver morir a sus familiares, en la próxima guerra para salvar la “democracia y la libertad”? ¿O así salvarán a Wall Street y al complejo militar-industrial?

rmh/mc

*Politólogo, catedrático universitario e investigador social argentino, residente en Guatemala.

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