Declarado Monumento Histórico Nacional en 1993 y Patrimonio Mundial de la Humanidad en 1999 por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), se trata de un conjunto excepcional de arte rupestre, único en el mundo.
Junto a otros elementos, las representaciones de diferentes escenas, los negativos de manos, los dibujos de animales y figuras abstractas halladas allí son consideradas evidencia de la ocupación de la zona por parte de grupos cazadores y recolectores hace miles de años.
Según la Unesco, ese sitio sobresale por su valor como obra pictórica, antigüedad, belleza y estado de conservación.
Además, aporta datos relevantes sobre el modo de vida, las prácticas sociales y la cultura de algunos de los más antiguos pobladores de la región.
La cueva está ubicada a unos 88 metros de altura sobre el curso superior del río Pinturas y es de difícil acceso; tiene alrededor de 20 metros de profundidad, 10 de alto y 15 de ancho.
Durante el siglo XIX, distintos viajeros, exploradores y científicos recorrieron las inmediaciones del río, pero no hallaron los aleros pintados. En 1941, el sacerdote Alberto M. de Agostini logró llegar y describir su impresión de los mismos, y ese mismo año comenzaron los primeros estudios del lugar, iniciados por arqueólogos como Milcíades Vignati.
Desde 1995, el Programa Documentación y Preservación del Arte Rupestre Argentino del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano trabaja en la preservación de ese y otros sitios de relevancia en el país.
Las investigaciones permitieron determinar que las pinturas fueron realizadas con pigmentos minerales y sus autores usaron una especie de pequeños hisopos hechos con fibras vegetales y pelos de animales, entre otras herramientas.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)