En modo alguno se trata de excepciones: la Dirección de Control de Ciudadanía e Inmigración admitió que 32 hombres demandaron cancelar los pasaportes de un número crecido de menores cuya información genética les dio el susto de la vida: sus hijos son producto de infidelidades de sus cónyuges.
Airados, los demandantes exigieron de inmediato la cancelación de los documentos de viaje en cuestión, pero la cosa no es tan sencilla porque, como siempre ocurre cuando interviene la burocracia, el problema es complejo, toma tiempo… y trámites.
Aparte el problema legal, está el económico ¿quién correrá en lo adelante con los gastos de los infantes ajenos, y de la madre, por supuesto? y el sentimental ya que está en cuestión si los niños podrán seguir llamando papá a un señor que, en términos biológicos, nada tiene que ver con ellos.
La situación de los padres dubitativos fue detonada por un grupo de historias aparecidas en la prensa ugandesa de progenitores desconfiados cuyas dudas fueron confirmadas por las pruebas de lo que ha dado en llamarse la huella digital genética.
Fue solo la primera roca que desata la avalancha en curso en este país africano donde pronto habrá que tomar turno para los casos de confirmación de paternidad porque si bien, como dice el refrán, “madre solo hay una…” ya está claro que padres, a sabiendas o no, abundan.
Pero el caso más trágico es el de un buen señor, también ugandés, cuya identidad permanece anónima, y residente en Londres, la capital británica, donde tiene matriculados en exclusivas escuelas a seis descendientes de los cuales, según las pruebas, ninguno, resultó ser fruto de su semilla.
En casos como este al parecer el único consuelo que queda es ajustarse al adagio popular campesino según el cual “El dueño de la vaca es el dueño del ternero”, no importa cuán veleidosa, ni cuantas veces, sea la vacuna en cuestión.
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