También conocidos como onas, habitaron la zona más austral del país, de manera particular la isla Grande de Tierra del Fuego y la Antártica, donde durante siglos se dedicaron a la caza, el pastoreo y la recolección.
Sin embargo, a mediados del siglo XIX comenzó la introducción allí de la ganadería en gran escala y fueron creadas estancias ovejeras propiedad de colonos europeos, chilenos y argentinos que iniciaron el exterminio de los pobladores originales.
De acuerdo con testimonios documentados, los dueños de los rebaños pagaban a grupos de cazadores una libra esterlina por cada selk’nam muerto, lo que debían probar llevando las orejas y las manos de la víctima.
Si bien no existe un dato exacto de la cantidad original de miembros de esta comunidad, los historiadores la calculan en alrededor de cuatro mil y casi todos fueron eliminados entre 1886 y las primeras décadas del siglo XX.
Hasta hace poco tiempo se les consideró como un pueblo extinguido, pero un estudio publicado en 2022 concluyó que se trata de una etnia viva.
El proceso de su reconocimiento comenzó en 2019 impulsado por un grupo de diputados, entre quienes estaba el actual presidente, Gabriel Boric, y casi cuatro años después culminó con éxito.
La activista Hema’ny Molina Vargas, quien inició hace más de una década la tarea de contactar a familias selk’nam dispersas por todo el país, calificó la decisión del senado como un acto de justicia hacia su pueblo.
Ahora la iniciativa debe volver a la cámara de diputados para un tercer y último trámite legislativo, antes de su promulgación.
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