Por Luis Beatón
Corresponsal jefe de Prensa Latina en El Salvador
Desde la tradicional pupusa en todas sus variedades hasta otros como el pollo desde frito, asado, ó en fricase, el cerdo en menor medida, y la carne roja, sin descontar pescados o mariscos que son ofrecidos por vendedoras, la mayoría, o vendedores en menor medida.
Todo parece indicar que el alimento está garantizado para los pobladores del llamado Pulgarcito de las Américas. Es una sociedad de consumo, si no tiene “platita” en mano no comes, no hay “ni fiaos ni regalaos” como dicen algunos vendedores. Aquí eso no va con el negocio.
Tal vez en pocos países hay tal abundancia de oferta gastronómica, desde las más sofisticadas, alejada del bolsillo del pobre, hasta las más socorridas y al alcance de la mayoría como el platillo nacional, la pupusa, o el taco, famoso en México, pero abundante en estos lares.
Pudiera pensarse que El Salvador es un emporio de comidas y alimentos al alcance de todos. Eso está lejos de la realidad, es una quimera. Si no hay pisto (dinero), el fogón no se enciende, algo que amenaza a muchos hogares y se agrava con un clima afectado.
Un fenómeno meteorológico denominado El Niño que amenaza a 22 puntos del planeta en 2023, entre ellos el llamado Corredor Seco de Centroamérica sería una de las zonas que sufrirían con lluvias por debajo del promedio.
Los organismos de la ONU incluyen en la lista de “puntos críticos” un gran número de personas de El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua, encarando inseguridad alimentaria aguda, junto con factores que agravarían sus precarias condiciones en los próximos meses.
Según informes oficiales, casi un millón de salvadoreños se acerca al borde de la hambruna cuando sus ingresos no alcanzan para comprar suficiente carne, huevos o lácteos, incluso para las familias más pobres el arroz no es opción. El maíz y los frijoles son la dieta de quienes los cultivan.
Estudios recientes señalan que poco más de 210 mil personas cayeron en pobreza extrema en los últimos tres años, lo que quiere decir que no cubren el costo de una canasta básica que recientemente superó los 250 dólares y no logran comer tres veces al día.
La alarma crece cuando los organismos internacionales visionan que otras 900 mil cayeron en fase crítica y de emergencia en términos de inseguridad alimentaria, a unos pasos para caer en hambruna.
CASI UN MILLÓN DE SALVADOREÑOS AL BORDE DE LA HAMBRUNA
Informes de centros de estudios como el Instituto de Ciencias, Tecnología e Innovación de la Universidad Francisco Gavidia analizan con frecuencia el problema y producen encuestas y valoraciones sobre su gravedad.
Datos divulgados aseguran que 48.4 por ciento de la población local padece inseguridad alimentaria, lo que les lleva a no comer lo suficiente o, incluso, a no comer nada algunos días y no tener la certeza de tener comida en el futuro inmediato, algo que según organismos internacionales eleva la mortalidad por falta de comida.
Esta crisis es generada principalmente por la inflación en el precio de los alimentos. Para mayo de 2023, la inflación era de un 8.35 por ciento. Los expertos señalan que puede existir una baja en otros sectores, pero ese fenómeno no se refleja igual con los alimentos, demora más y los efectos se extienden.
Hace poco, el diario El Faro, publicó una aproximación al tema, La decisión de Ana: huevos o arroz, que describe descarnadamente la situación que enfrentan los salvadoreños, en especial “los de a pie” y la gente que vive en áreas rurales.
De un año para acá, la familia de Ana tuvo que reducir lo que compran aún más de lo habitual. Cuando compran arroz, evitan comprar huevos y viceversa, describe la publicación.
El esposo de Ana Isabel Salgado gana entre 6 y 7 dólares al día por labrar o chapodar en terrenos ajenos. A su hijo le pagan lo mismo como agricultor. Así como entra ese salario cada semana, así se va.
“En esta casa ni se mira el dinero”, describe Ana Isabel, que desde siempre vivió en el cantón El Corozal, en Berlín, una de muchas otras zonas rurales de este municipio con niveles de pobreza extrema alta y sin acceso a agua potable.
Su casa, rodeada de árboles frutales y construida con láminas de un brillo cegador en pleno mediodía, está sobre una loma que destaca en la amarillenta llanura de polvo. Ahí vive con su esposo, José Martínez, y sus cuatro hijos, de 27, 23, 18 y 9 años, ilustró el diario.
“El calendario laboral tiene dos tipos de actividades que se cumplen de manera religiosa en esta casa: seis meses se trabaja para ganar dinero y los otros seis se dedican a sus propios cultivos. De mayo a noviembre se ocupan en sus siembras, pero ese trabajo no recibe paga”, señaló El Faro.
Ana Isabel se encarga de que la comida alcance y de organizar el poco dinero que entra en esta época, que no pasará de los 100 dólares mensuales. Los árboles que rodean su casa son de marañón, jocote y mango. Cuando hay marañón, hay mejores ingresos: ella vende esas semillas a un señor que le paga 20 dólares por una cubeta.
En su aproximación a la crisis, la publicación plantea que hay hogares como el de Ana Isabel que con dificultad hacen cuentas de cuánto es su salario base, porque nunca es igual. A veces, antes, lograba comprar huevo, azúcar, sal, aceite, arroz, y con eso complementaba los frijoles y el maíz que cosechan.
Pero, añade, de un año para acá, tuvieron que reducir lo que compran porque el dinero no alcanza.
Como Ana Isabel y su familia, casi un millón de salvadoreños están ahora mismo en fase crítica o de emergencia en términos de inseguridad alimentaria: no comen lo que deben, se saltan comidas. Están al borde de la hambruna, alertó la publicación.
Hoy por hoy, cuando en este hogar compran arroz, evitan comprar huevos y viceversa. Cuando hay arroz, se come sopa de arroz con mora o arroz con frijoles y tortilla. La dieta no varía de elementos, a menos de que haya huevo, que también se come con frijoles y tortilla.
La imagen que recibe el visitante al país, en especial a la capital, esconde la gravedad del problema y el rostro del hambre, cuando incluso ya para algunos huevos o arroz no es una alternativa.
“Hoy, el poquito de arroz que tenemos ya se nos va a terminar”, dice Ana Isabel sosteniendo un puñado que le queda de una donación de 25 libras que una organización hizo a su comunidad hace unos meses. No tienen para comprar carnes y menos leche.
“La última vez que comí pollo fue por una fiesta a la que fui hace unos meses”, dijo a El Faro.
arc/lb