Los datos del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) precisan que, pese al desplome, los hogares dirigidos por negros y mestizos son aún más vulnerables.
Tales fichas comparan dos ediciones de la Encuesta de Presupuestos Familiares, la de 2017-2018 (última disponible) con la de 2008-2009.
La investigación no contempla, por lo tanto, efectos de la pandemia de Covid-19 sobre acceso a bienes básicos, como vivienda y educación, usados en la definición de pobreza y vulnerabilidad.
A pesar de la mejora, la población aún enfrenta desigualdades que no se alteraron en este período: los hogares en que la persona de referencia es negra o mestiza, o posee menor renta o menor grado de instrucción, siguen concentrando un mayor número en la pobreza o algún tipo de vulnerabilidad socioeconómica.
El estudio es una continuación del análisis presentado en junio, cuando el IBGE mostró que la calidad de vida del brasileño creció en el período.
La pesquisa se centra en los grupos de población que registran privaciones de calidad de vida. Para ello, se evaluaron seis dimensiones: vivienda, acceso a los servicios de utilidad pública, salud y alimentación, educación, acceso a los servicios financieros y nivel de vida, y transporte y ocio.
De esta forma, la pobreza y la vulnerabilidad fueron investigadas considerando la estructura del domicilio, las condiciones ambientales del entorno, el acceso a la electricidad y al saneamiento, la asistencia escolar, la posesión de bienes duraderos, el uso de servicios financieros, el tiempo empleado en el envío al trabajo, entre otros artículos.
La tesis también muestra diferencias significativas entre las áreas urbanas y rurales.
En 2017-2018, un 17,3 por ciento de personas que vivían en las ciudades presentaban algún grado de pobreza. En el mismo período, ese porcentaje era del 51,1 por ciento entre la población rural.
Sin embargo, aunque es más de la mitad de los residentes, se trata de un resultado bastante inferior al 77,8 por ciento registrado en 2008-2009.
Los investigadores buscaron datos que permitieran entender de forma más amplia los cambios. De este modo se establecieron nuevas formas de evaluación. La primera de ellas fue por medio del Índice de Pobreza Multidimensional no Monetario.
A las claras, los mayores valores continúan concentrados en los segmentos menos favorecidos, reiterando la existencia de un componente estructural de la desigualdad.
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