Devenida en símbolo cultural de la ciudad, la estatua de apenas 55 centímetros de alto, 61 contando el pedestal, cautiva a cientos de miles de turistas cada año en su ubicación en la zona antigua de la urbe, donde incluso cuenta con un grupo de seguidores fundado en 1954: la Orden de Amigos del Manneken Pis.
En realidad, la pequeña figura es una réplica de la esculpida en bronce en el siglo XVII por el artista barroco franco-flamenco Jérôme Duquesnoy el Viejo, a partir de un encargo de las autoridades de entonces para sustituir la efigie de piedra que databa del siglo XV, o tal vez finales del XIV.
La original se encuentra protegida en el Museo de la Ciudad de Bruselas, después de incontables incidentes a lo largo de la historia con el simpático personaje, quien desde 1985 tiene una versión femenina, la Jeanneke Pis, mucho menos conocida, pero celebrada como un mensaje de igualdad entre hombres y mujeres.
Prueba de su valor multicultural, el travieso niño suele ser vestido hasta una treintena de veces en el año con trajes típicos de diversos países y tradiciones, acumulando casi un millar de atuendos, y en cuyo “closet” se halla la ropa de mambí inmortalizada por el ícono de los dibujos animados cubanos: el patriota Elpidio Valdés.
Además de la fotografía obligada, el Manneken Pis invita a indagar sobre su origen y significado, que parecen ir más allá de la trillada explicación de que representa el espíritu libre de los habitantes de la ciudad.
Una de las leyendas que circulan es la del niño héroe cuya orina apagó una mecha encendida, salvando a Bruselas de una explosión devastadora, mientras otra, igualmente épica, menciona a una criatura de dos años que con su acto fisiológico decretó la suerte de las tropas enemigas durante una batalla en la localidad Neder-over-Heembeek, hacia el año 1142.
Sin embargo, prefiero asumir la historieta menos rimbombante e incluso aburrida de un guía en la hermosa Gante, una ciudad que tiene su propio Manneken Pis, casi desapercibido en la fachada de uno de los edificios.
Resulta que los hijos de los curtidores de cuero solían orinar las pieles para que el alto pH del amoníaco las suavizara, mereciendo el peculiar homenaje.
(Tomado de 4ta Pared, suplemento cultural de Orbe)