Ollantay Itzamná*, colaborador de Prensa Latina
Con la instauración del régimen neoliberal, a principios de la década de los 90 del pasado siglo, mediante el auto golpe de Estado de Alberto Fujimori, el Perú emprendió su actual Vía Crucis dolorosa que ya dura más de tres décadas continuas, con consecuencias aún insospechadas.
El neoliberalismo no sólo desmanteló al Estado en sus capacidades económicas y políticas. Desmanteló la capacidad de la “agencia sociopolítica” de la población, e hizo de las organizaciones políticas unas fraudulentas empresas electorales. Al límite que en las últimas elecciones generales del 2021 el país, en especial desde el “campo popular” empobrecido e indignados ante la “podredumbre política”, optó por Pedro Castillo, un campesino profesor rural, como su presidente. ¡Una atrevida disrupción electoral subalterna para un país diseñado por los patrones, para los patrones!
Castillo como presidente, políticamente nunca fue una amenaza para el sistema hegemónico neoliberal. Pero, su sola presencia antropológica en la Casa de Pizarro constituía una afrenta a la racista limeñidad aristocrática que corría el riesgo de ser suplantada culturalmente. Por eso lo sacan del poder, incluso vulnerando los formalismos procedimentales establecidos legalmente para la “vacancia” presidencial.
La vacancia ilegal de Castillo dio lugar al deslegitimado y sangriento gobierno de facto de Dina Boluarte que reprimió con saña a los sectores movilizados que exigían el respeto a los resultados de las elecciones generales 2021. Dichas masacres tuvieron un saldo de más de 60 personas asesinadas- la mayoría durante las protestas sociales-, centenares de heridos, muchos presos políticos. Las investigaciones de estos delitos no avanzan, y Boluarte se pasea en eventos internacionales.
Consecuencias del desorden político en el Perú
Institucionalidad soterrada. El Perú oficial, en alguna medida había avanzado, por lo menos en el relato, en los procesos de fortalecimiento de las instituciones democráticas. Ahora, incluso ese relato se cae con la cooptación de las endebles instituciones públicas por régimen violento de turno. Esto trae como consecuencia, el repudio popular a las instituciones públicas y a las autoridades que las representan.
La violencia como mecanismo de seguridad. Ante la ausencia del Estado, o ante la violencia estatal, amplios sectores de la población desean que la violencia sea contenida mediante más violencia. El Instituto de Estudios Peruanos (IEP) indica que el 60 por ciento de peruanos obviaría el respeto a los derechos humanos para garantizar la seguridad.
Incremento de la presencia militar estadounidense. Al momento, se habla de 10 bases militares en el Perú. El gobierno actual, mediante el Congreso de la República, autorizó el ingreso de más de mil militares norteamericanos al territorio peruano para luchar “contra el narcotráfico” que nunca para de crecer en su envío de la droga hacia los EEUU. Perú está convirtiéndose en el hangar de la narcoindustria norteamericana.
Racismo luminoso por encima del culturalismo folclórico. El bicentenario Perú oficial constitutivamente fue y es racista, hasta el grado de padecer del mal de la esquizofrenia identitaria cultural como Estado nación. En los últimos años, la limeñidad acomplejada y la oligarquía patronal guardaron cierta compostura diplomática ante la diversidad cultural de los pueblos, en aras de cosechar la pujante industria del turismo multiculturalista. El desorden político crispado que vive el país, evidencia lo que en esencia siempre fue el bicentenario Estado nación y sus gestores de clase: racistas. Con la diferencia que ahora, ya no hay modo de ocultar dicha enfermedad, ni tampoco cuentan con los mecanismos para subyugar a los “otros” que demandan existir como son y por sí mismos.
Constatación de la colonialidad de izquierdas. Si bien la “diferencia ideológica” entre izquierdas y derechas ya había sido borrada por el neoliberalismo en el Perú, los acontecimientos sociopolíticos del 2022 y el respaldo de las izquierdas en el Congreso de la República al régimen de Dina Boluarte evidencian que esas izquierdas, al igual que las derechas, son herramientas de dominación y/o anulación de los pueblos masacrados y movilizados.
En este sentido, una de las tareas grandes de los pueblos y sectores populares del Perú es liberarse política e ideológicamente de las izquierdas y derechas neoliberales, y, ojalá, encontrar o construir un camino sociopolítico con horizontes y dinámicas propias.
rmh/oi
*Investigador, abogado y antropólogo quechua. Corresponsal y columnista de varios medios alternativos de América Latina
(Tomado de Firmas Selectas)