Los peregrinos salen de sus lugares de hábitat con mucho tiempo en dependencia del estado que sea, porque los fieles gustan de hacer el recorrido a pie hasta que sangran las llagas, terminar en la explanada arrodillados y permanecer asÍ hasta que puedan ingresar a la basílica.
Allí adentro están los escogidos que solamente la curía sabe cómo hace la selección y no pocos dudan que haya un hálito elitista en ellos, pues se ven muy pocos feligreses con las vestimentas parecidas a los que están en la plaza.
Los de afuera acampan en casas de lonas que no aguantan ni el agua ni el frío, y permanecen estoicamente en ellas comiendo lo que aparezca y tiritando, pero con una fe inquebrantable que los hace mantenerse allí durante días hasta que a las 12 de la noche del 12 son premiados con una Mañanitas a la Lupe cantada siempre por un mariachi y un coro de intérpretes reconocidos que son escuchados como si fuesen ángeles con arpas.
Los peregrinos, la expresión que más llama la atención en esta manifestación mariana solo superada en masividad por la de Fátima en Portugal, descollaban a la medianoche cuando comenzó el homenaje, pues nunca se sabe si la intensidad de su castigo flagelante o su promesa, se debe a un grave e imperdonable pecado del que se arrepienten, o de un milagro extremo del que solamente ellos son testigos.
Sentir un dolor intenso por espinas clavadas, o sangrar las rodillas ya sin piel ni protección en los huesos y no desmayar hasta llegar a los portones de la basílica, y esperar en tales condiciones con agua y frío hasta poder ingresar y pasar segundos ante la imagen de la Guadalupe, solo se hace en extremos de amor o arrepentimiento. Es un acto de fe inconfesable.
En cambio, otros llevan en sus espaldas ricos lienzos con la imagen de la virgen, algunas bordadas en hilos de oro, y las dudas de que tras el lujo hay arrepentimiento y devoción, surgen a la vista. Pero no es lo general.
Este año, por avatares difíciles de encuadrar y que tampoco valen la pena mencionar, se batirá récord de asistencia y al final de los peregrinajes superará los 11 millones del año pasado. Solamente anoche, a la hora de los cánticos y misa, se reunieron en el cerro más de tres millones de almas.
Después de los sermones y los coros, comenzó el ingreso de la gente a la iglesia, el verdadero fluido imparable del río de feligreses que ya no se detendrá hasta que la última persona llegada desde los confines de México, reverencie a su Guadalupe.
Dice el dicho que la fe mueve montañas, y aquí en México, como en todas partes del mundo, son grandes cordilleras colmadas de abismos las que hay que empujar. Ojalá la Lupe tenga la suficiente fuerza para hacerlo, comentaba un feligrés que lleva 23 años visitándola sin fallar ni un solo año.
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