“Siempre hay una causa, y si no la vemos es por culpa de nuestra propia ignorancia”.
Luis Casado*, colaborador de Prensa Latina
Este principio, enunciado en su Ensayo Filosófico sobre las Probabilidades, sostiene que el conocimiento del presente conduce al conocimiento del pasado… y del futuro.
Los acontecimientos actuales tienen con los anteriores una conexión fundada en la evidencia de que nada puede comenzar a existir sin una causa que la produzca. Dicho en palabras de Laplace:
“Debemos considerar el estado presente del Universo como el efecto de su estado anterior, y como la causa de aquel que seguirá.”
Es lo que se llamó el Determinismo, escuela de pensamiento filosófico. Mucho antes, el matemático, físico y fundador de la filosofía moderna René Descartes (1596-1650) había establecido su Principio de Causalidad según el cual, en las mismas condiciones, las mismas causas provocan los mismos efectos.
No faltó quién dijese que el Determinismo elimina el libre albedrío. Visto que todo proviene de causas que son el resultado de otras causas, que a su vez son el producto de causas anteriores, nadie es libre de elegir nada: todo está pre-determinado.
Si algo de verdad hay en esto, es sorprendente la sorpresa que manifiestan en Chile quienes simulan no comprender la desagregación de nuestra sociedad, el desorden, la corrupción y la delincuencia, así como el irrespeto a toda forma de autoridad.
Los sorprendidos no ven las causas evidentes, esas que provocan los mismos efectos por doquier: la dominación del neoliberalismo y la degradación del Estado.
El neoliberalismo condena todo lo que es público, o colectivo. La comunidad, la fraternidad, la solidaridad. Solo queda espacio para el individuo y sus intereses egoístas.
Nada nuevo bajo el sol. ¡Oh no! Los burgueses de la Revolución Francesa (1789)-los que enterraron eso de Libertad, Igualdad, Fraternidad- ya tenían ideas similares.
Bertrand Barère de Vieuzac, abogado en el Parlamento de Toulouse, diputado en la Asamblea Constituyente y luego diputado en la Convención, propuso la adopción de una ley que instituía:
“Pena de muerte para quien proponga una ley que atente contra la propiedad individual o comercial”.
Jean-Marie Roland de La Platière, el “viejo” Roland, hombre de negocios ligado a los Girondinos, diputado en la Asamblea Legislativa y luego ministro del Interior y ministro de Justicia, se opuso firmemente a toda intervención pública en los negocios privados:
«Todo lo que la Asamblea- la Legislativa- puede hacer en materia económica, es declarar que no intervendrá jamás».
Era un momento histórico en el que la especulación, la prevaricación, el robo, la corrupción y los negocios sucios fabricaban fortunas en tiempo récord. La propiedad, dirán los burgueses de esa época, es inviolable y… ¡sagrada! Un adjetivo religioso para instituir la preeminencia de la riqueza individual sobre cualquier derecho social o colectivo.
Voltaire, el famoso Voltaire, fue de una enceguecedora claridad:
«Un país bien organizado es aquel en el que la minoría hace trabajar a la mayoría, se hace alimentar por ella, y la gobierna».
Visto así, Chile es un país bien organizado. Como El Salvador de Bukele, o el Ecuador de Daniel Roy Gilchrist Noboa Azín, hombre de negocios como Piñera o Ponce Lerou, hijo de Álvaro Noboa, empresario, el hombre más rico del Ecuador, ex candidato a la presidencia él mismo.
Los países dominados por el poder del dinero, por la voracidad del lucro, por el poder irrestricto de los privilegiados… respetan la legalidad sólo cuando la Constitución y las leyes están hechas por y para ellos mismos.
Por eso cunde la corrupción. El ejemplo que dan, Justicia mediante, es el de la impunidad, lo que trae consigo el crecimiento de la delincuencia. La gran delincuencia. La delincuencia de los poderosos. Todo es medido con la vara del lucro: así desaparecen la moral, la dignidad, el orden y el respeto a la sociedad. La sociedad no existe sino como objeto de depredación. ¿Qué tenemos en común, aparte haber nacido en el mismo valle de lágrimas? Nada. O no mucho.
¿Políticos venales? ¿Qué creemos en Chile? ¿Que esto es una invención local destinada a eliminar la incertidumbre que tanto detestan los inversionistas?
Los reyes franceses disponían de la llamada Lista civil, elíptica designación para una partida presupuestaria destinada a corromper políticos e intelectuales. Mirabeau fue comprado, así como Danton. Esos señores no se conformaban con una cena en casa de algún cabrón, que también llaman chulo, alcahuete, proxeneta o lobbysta si la juegas en plan moderno. Exigían dinero, mucho dinero.
En mis lecturas de adolescente encontré en un libro de Tito Mundt, tal vez en Las Banderas Olvidadas, una confidencia: un ministro del presidente Carlos Ibáñez del Campo tenía una libretita en la que figuraban los “diputados comprables y por cuanto”. Mundt, hijo de alemanes inmigrados, fue siempre fascista. Miembro del Movimiento Nacional-Socialista, recibió el premio nacional de periodismo en 1956. Pasaba por ser un hombre bien informado.
El gran Clotario Blest, el inmenso e inolvidable Don Clota, nuestro Cristo nacional, cuenta por ahí que Juan Bautista Rosetti, ministro de Hacienda en 1952, vino a verle por instrucciones del presidente Ibáñez del Campo, para comprarlo con un cargo de importancia: si Ud. renuncia a la presidencia de la CUT- le dijo Rosetti-, lo nombraremos Tesorero General de la República. Era no contar con la inquebrantable dignidad del dirigente sindical que lo envió de regreso al claustro materno.
Los comprables de ahora pueden ser más baratos, pero son tan o más podridos que Mirabeau o Danton. La cuestión de fondo sigue siendo la misma: proteger la fortuna de los privilegiados, y seguir viviendo a costa de los pringaos.
En la materia, una vez más, las mismas causas producen los mismos efectos. Lo que vivimos hoy es el producto de lo que ocurrió antes: dictadura, transición, Concertación, progresistas, derecha, Nueva Mayoría… y lo que hay ahora.
Chile realizó todas las “reformas” ordenadas por la doxa neoliberal: privatizó el agua, la energía, la Educación, la Salud, la Previsión, concesionó el resto, destruyó la Legislación del Trabajo, o sea la protección social de los trabajadores, facilitó la inversión nacional y extranjera, le vendió las joyas de la familia al peor postor, redujo o simplemente eliminó los impuestos del riquerío y de las grandes corporaciones… para aterrizar donde todo esto aterriza: en la generalización de la corruptela.
Todo es mercancía, todo se compra o se vende, todo es cuestión de precio. No hay destino común, no hay sociedad, solo existe el individuo, cada uno para su santo y a la mierda el resto.
Como afirmó Descartes… las mismas causas provocan los mismos efectos.
Lo peor está por venir.
rmh/lc
*Periodista chileno residente en Francia, profesor, editor, ingeniero y experto en tecnologías de la información
(Tomado de Firmas Selectas)