Se desconoce el momento de la fundación de esta pequeña villa de apenas 900 habitantes, ubicada a menos de 50 kilómetros de la capital italiana, pero los rastros de la presencia humana allí se remontan a la Edad de Hierro, entre los siglos IX y VIII antes de nuestra era, cuando etruscos y faliscos vivían en la zona.
Es un reto a la imaginación ingresar por la única entrada que tiene ese diminuto poblado, virtualmente colgado a casi 300 metros de altura sobre los bosques del Parque Natural del Valle del río Treja, afluente del Tíber.
Durante el gobierno del dictador Benito Mussolini, en la época fascista, los habitantes de Calcata fueron obligados a abandonar el sitio al dictaminarse su supuesto riesgo de derrumbe, pero 30 años después sus calles recibieron la llegada de hippies de Roma, entre ellos artistas y artesanos.
En 1979 se creó alrededor del acantilado el parque regional de Treja, en un valle que según historiadores y arqueólogos se asemeja mucho, a menor escala, al paisaje fluvial del Tíber cuando Roma era una incipiente comunidad asentada sobre siete colinas.
Finalmente, en 1990 un decreto salvó a la diminuta urbe y cambió la vida de sus nuevos moradores, muchos de ellos pintores y escultores e incluso virtuosos de las tecnologías digitales llegados de todo el mundo.
Renacieron de las ruinas sus casas construidas en la época medieval, algunas de piedra y otras excavadas en la toba alrededor del espectacular Palacio Baronial de los Anguillarra y de la Iglesia del Santo Nombre de Jesús, edificada en el siglo XIV.
En sus 7,67 kilómetros cuadrados de urbanización deslumbra a los visitantes la vista de los bosques desde las alturas, la peculiar arquitectura y el ambiente de la tranquila comarca, llena de historia, arte y vida, en un entorno majestuoso único en Italia y el mundo, como proclaman orgullosos sus actuales habitantes.
(Tomado de Orbe)