Un equipo internacional de científicos del Reino Unido, Austria, Noruega, Alemania, Australia, Argentina y Estados Unidos junto a los expertos Joe McConnell, Nathan Chellman y Robert Mulvaney revelaron que el aumento de niveles de carbono negro comenzó alrededor del año 1300 y continuó hasta nuestros días.
Según la publicación, las antiguas prácticas de quema de tierras por la etnia maorí en Nueva Zelanda impactaron la atmósfera en gran parte del hemisferio sur y eclipsaron otras emisiones preindustriales producidas en la región durante los últimos dos mil años.
McConnell, al frente de la investigación, explicó que al retroceder unos cientos de años podríamos ver un mundo preindustrial prístino, pero con ese hallazgo quedan claros los efectos de la acción del hombre en el medio ambiente sobre el Océano Austral y la Península Antártica durante al menos los últimos 700 años.
Para identificar sin errores la fuente del hollín, analizaron una serie de seis núcleos de hielo recolectados de la isla James Ross y la Antártida continental utilizando un sistema analítico desarrollado por primera vez en el laboratorio de McConnell en 2007, continuó el artículo.
Si bien los núcleos mostraron un aumento notable del carbono negro a partir del año 1300, con los niveles triplicados durante los 700 años siguientes y su punto máximo registrado durante los siglos XVI y XVII, parámetros medidos en otros puntos de la Antártida continental en el mismo período se mantuvieron relativamente estables.
Andreas Stohl, de la Universidad de Viena, explicó que a partir de los modelos y del patrón de deposición sobre esa área observado en el hielo, confirmaron que Patagonia, Tasmania y Nueva Zelanda fueron los puntos de origen más probables del aumento de las emisiones de hollín a partir de ese año.
Para respaldar aún más ese resultado, los científicos consultaron todos los registros disponibles de antiguos incendios en cada una de las tres regiones, coincidiendo la fecha con la llegada estimada de la colonización y la posterior quema de gran parte de las áreas boscosas de Nueva Zelanda por parte del pueblo maorí.
‘En comparación con la quema natural en lugares como el Amazonas, o el sur de África o Australia, no se esperaría que la quema maorí en Nueva Zelanda tuviera un gran impacto, pero sí sobre el Océano Austral y la Península Antártica’, enfatizó Chellman.
Destacaron como aportes del estudio sus implicaciones para la comprensión de la atmósfera, el clima y para establecer modelos climáticos modernos basados en información precisa sobre eventos ocurridos en el pasado, entre otros.
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