Los casi 10 millones de habitantes permanentes, y otro tanto de población flotante que elevan a más de 20 millones las personas que todos los días pueblan a Ciudad de México, salieron este domingo a las calles para rendir tributo a sus difuntos.
Es una forma secular y ancestral de comunicarse, conversar, compartir y recordar los mejores momentos de los seres queridos a quienes no se consideran desaparecidos, sino vecinos de otras dimensiones en las que se unieron a sus antepasados y esperan a quienes dejaron atrás en el camino.
Tradicionalmente en México se recuerda a los difuntos con numerosas actividades y muy disímiles en dependencia del lugar y del estado, porque cada quien lo celebra de acuerdo a las costumbres heredadas desde tiempos inmemoriales, mucho más allá de lo documentado en relatos, textos y estudios.
Pero todas las actividades comienzan con un desfile majestuoso en el que la gente exhibe todo tipo de disfraces, generalmente el 31 de octubre, y termina el 2 de noviembre en los cementerios y banquetes a los fallecidos cuyas calaveras, en gran parte de las tumbas, son sacadas de sus urnas donde se conservan, para que presidan la reunión familiar.
Allí se les rinde cuenta de todo lo corrido en el año en el seno de la familia, como las crónicas urbanas o rurales, en las cuales no se admite la mentira ni el engaño.
Este año fue muy especial para México por la gran cantidad de familiares que se fueron para el éter eterno cuando no les correspondía, por una intrusa pandemia que alteró el ritmo de vida y sembró un luto inesperado en los hogares, de allí que se bautizara la ceremonia esta vez “Celebrando a la Vida”.
No es una contradicción con el sentido funerario de la celebración, sino una expresión del reto que impuso la naturaleza como gran jueza de las almas y que estas lograron vencer pero pagando el sacrificio que las fuerzas de las profundidades exigieron.
Es parte de la cosmogonía de pueblos originarios milenarios que no han logrado borrar otras culturas impuestas contra su voluntad que no solo prevalece en el tiempo, sino que se arraigan aun cuando intereses de otro tipo la rodean de una fanfarria comercializadora y especulativa que horada y afecta sus raíces.
Pero este año hubo grandes motivos para una celebración masiva, alegre, desenfadada: la pandemia de Covid-19 está siendo vencida, la aplastante mayoría de la población está vacunada, la vida diaria, cotidiana, regresa a sus cauces, y la sociedad mexicana, recluida y temerosa, vuelve a ocupar las calles y llenarla de alegría y vida desde sus muertos, que para ellos no lo están.
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