De acuerdo con las estimaciones de esa entidad de la ONU, cerca de 160 mil casas resultaron dañadas, mientras la escasez de agua potable representa ahora un gran riesgo para la salud.
OCHA también advirtió sobre un aumento de la inseguridad alimentaria en las comunidades afectadas por el tifón, especialmente entre los niños, los ancianos y las mujeres que amamantan.
Por su parte, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) informó que unos 845 niños filipinos necesitan asistencia urgente, lo cual abarca alimentos, agua, medicinas y equipo de protección personal.
Unicef realiza en estos momentos evaluaciones sobre el terreno con el fin de distribuir suministros de emergencia, como agua potable, equipos de saneamiento y educación.
El coordinador residente de la ONU en Filipinas, Gustavo González, visitará próximamente la isla de Dinagat y la ciudad de Surigao para ver el impacto del tifón.
Debido a ese fenómeno meteorológico extremo, el presidente de Filipinas, Rodrigo Duterte declaró este miércoles el estado de calamidad en ese país.
Según cifras oficiales, unas 375 personas murieron y cientos de miles se encuentran afectadas por ese desastre, que también dejó millonarias pérdidas materiales.
El Gobierno de Manila se enfoca en los esfuerzos de rescate y salvamento y busca crear condiciones para controlar los precios de los bienes en las áreas afectadas, dijo Duterte en rueda de prensa.
Hace un par de días, Naciones Unidas calificó la situación en Filipinas de “devastación absoluta”.
Categorizado como un súper-tifón y el peor del año en el archipiélago, Rai azotó de jueves a sábado de la semana pasada las islas del centro-sur de ese país, pero todavía decenas de miles de personas están aisladas debido a las inundaciones y las carreteras obstruidas por corrimientos de tierra.
Filipinas sufre cada año los embates de unas 20 tormentas y tifones. El más devastador fue el Haiyan, que en 2013 mató a unas siete mil 300 personas.
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