Según la publicación, este tipo de actividad modifica la adaptación del hígado al aumento de la ingesta energética.
Los científicos alimentaron a ratones con una dieta muy energética y un grupo de ellos recibió entrenamiento regular en cinta de correr.
Semanas después, los investigadores examinaron el hígado y los músculos de los animales para comprobar los cambios en el transcriptoma, el proteoma mitocondrial, la composición lipídica y la función mitocondrial.
«Los resultados mostraron que el entrenamiento regulaba importantes enzimas de degradación de la glucosa y la fructosa en el hígado, así como el metabolismo mitocondrial del piruvato», subraya la publicación.
De este modo -puntualiza la fuente- se puede reducir la carga de sustrato para la respiración mitocondrial y la síntesis de lípidos.
Es decir, cuando se realiza actividad física con regularidad el almacenamiento de grasa en el hígado es menos y hay una reducción de los lípidos específicos,como las especies de diacilglicerol.
Además, el control de la glucosa mejora y hay una mayor capacidad respiratoria de los músculos esqueléticos que alivia el estrés metabólico del hígado.
Una de cada cuatro personas en el mundo «padece una enfermedad hepática no alcohólica, llamada también metabólica, y los afectados suelen padecer diabetes de tipo 2, así como un mayor riesgo de cirrosis hepática y enfermedades cardiovasculares», señalan los expertos.
El depósito de grasa en el hígado con el tiempo deteriora la función de las mitocondrias y es un riesgo para el desarrollo de la resistencia a la insulina hepática y la inflamación del hígado.
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