Cada día sobre la Tierra inicia cuando es medianoche en Greenwich, pues 138 años atrás medio centenar de astrónomos de 25 países que asistieron a una conferencia en Washington escogieron ese sitio como el punto del meridiano cero o primer meridiano.
Originalmente, el propósito de esa línea imaginaria que cruza el globo terráqueo de norte a sur era ayudar a los barcos a encontrar la longitud y determinar su posición exacta en el mar, pero luego devino referencia universal para poder establecer la hora en todos los países.
Algunos historiadores afirman que la elección de Greenwich como el lugar de origen del meridiano que divide al mundo en los hemisferios oriental y occidental fue un hecho fortuito, pero no pocos creen que el poderío que ostentaba entonces el Imperio británico tuvo mucho peso en la decisión.
Hasta ese momento, y aunque ya se había inventado el reloj, no existía un acuerdo global para marcar el inicio y el final del día y los cálculos horarios se realizaban de manera intuitiva en función de la luz solar.
Con la creación del meridiano cero nació el Tiempo Medio de Greenwich o Greenwich Mean Time (GMT), como referencia obligada para conocer la hora en cualquier región del planeta; para ello basta con añadir 60 minutos por cada huso horario que se recorra hacia el este o restarle esa misma cifra si es hacia el oeste.
El GMT dejó de ser utilizado por los astrónomos en 1972, cuando fue reemplazado por el Tiempo Universal Coordinado (UTC), que se basa en los relojes atómicos, mucho más precisos.
En 1675 comenzó a construirse el Observatorio Real de Greenwich sobre las ruinas de un antiguo castillo por orden del rey Carlos II, quien nombró entonces a John Flamsteed como su primer astrónomo real.
A lo largo de casi 300 años, en los que fungió como tal antes de convertirse en museo en 1953, solo nueve astrónomos reales vivieron dentro de sus muros.
Su fin lo decretó la contaminación ambiental provocada por la expansión de la ciudad, que hacía imposible contemplar los planetas y las estrellas. Pero, el cambio de sede, primero a un castillo de Surrey, en las afueras de Londres, y luego a Cambridge, no significó la muerte del Observatorio Real, convertido en una de las principales atracciones turísticas de la ciudad.
(Tomado de Orbe)