Se sentirá tan exultante por su hermosura, que lo apresa en cuerpo y alma, que le será imposible reprimir un grito de amor convertido en himno y devoción de los oriundos de la región: Puebla, ¡qué bella eres!
El estado posee una vasta riqueza natural que se caracteriza por su diversidad: montañas, zonas semidesérticas, valles, lagunas, bosques, ríos, volcanes, grutas y cuevas.
Desde épocas prehispánicas el hombre construye allí grandiosas obras que han valido para que la Unesco declare Patrimonio de la Humanidad a tres sitios históricos, como su capital, y sea considerada el principal destino turístico sin playa del país norteño.
En Puebla todo es magia, y razón tuvieron mexicas, olmecas, totonacas, mixtecas, nahuas, zapotecas, otomíes y toltecas, entre otros, al convertir ese territorio en uno de los escenarios fundamentales de las culturas precolombinas que reinaron durante siglos y forjaron la nacionalidad actual.
Su belleza exterior es eterna y subyugante, lo cual se puede apreciar en los paisajes únicos de las sierras Mágica y Negra; los valles Serdán, Atlixco, Metepec y Matamoros; las rutas mixteca y Tehuacán, y los grandiosos parques nacionales, como Iztaccíhuatl-Popocatépetl Zoquiapan y el Malinche.
Pero tanto o más hermosa es por dentro, y su historia no deja lugar a duda. Puebla resulta imprescindible en la odisea mexicana desde tiempos inmemoriales y en las etapas hispánica y poscolonial.
Su trayectoria moderna es también impresionante: la capital constituye la ciudad más antigua del estado, al ser la primera en fundarse, el 16 de abril de 1531; se erigió con el trabajo y el arte de los indígenas de la región y, por supuesto, las edificaciones coloniales.
El centro histórico posee más de dos mil 500 edificios catalogados de gran valor arquitectónico y cultural.
(Tomado de Orbe)